martes, 12 de abril de 2011

60 kilómetros hasta la gloria

Acostumbrada a ir a grandes recitales desde siempre, ya tengo incorporado todos los pasos del ritual para ir a River. Pero, para bien de los vecinos del Monumental, desde el año pasado he tenido que incorporar algunos cambios. El del sábado fue abrupto: 60 kilómetros me separaban de una revancha que esperó cinco años para ser concretada. Gracias al GPS y a una perfecta organización, que incluyó vías alternativas a la autopista, barreras de peaje levantadas y miles de voluntarios y vecinos dispuestos a dar una mano, a las siete de la tarde me encontré sentada en la platea sur, debajo de una impresionante estructura de caños y tensores, escuchando ¡música clásica!. Esta aparente incongruencia me anunció de entrada que iba a vivir un recital con un trasfondo diferente, los futuros homenajes y menciones a cuestiones sociales y políticas puntuales iban a corroborarlo: en U2 la música y la acción social van de la mano. Mientras observaba la estructura que sostiene el techo del estadio, extrañando el cielo estrellado, me di cuenta de que la gente hacía la ola y coreaba los “temas” de Beethoven, Mozart, Bach, Verdi y Ravel. Me sumé entusiasmada pensando que este era el primer acierto de la banda. El segundo obviamente fue La Garra, esa especie de araña intergaláctica con protuberancias de pulpo, que disparó sobre la banda cientos de efectos y haces de luz, a la vez que escupió hacia el público un sonido arrasador. Su ubicación exacta no fue el medio del campo, como yo pensaba ya que, a pesar de romper con el concepto del tradicional escenario montado sobre una de las tribunas, su posición la  mantiene sobre uno de los laterales del estadio. Si bien el efecto 360 es claro, su aparente democratización del público sigue teniendo privilegiados. Por un lado los que integran las tribunas más cercanas a ella (salvo la posterior que indefectiblemente ve a la banda de espaldas); y por el otro las personas que pudieron pagar y defender, de pie y apretujados, su espacio en la zona roja, esa especie de semicírculo infernal y paradisíaco a la vez que queda entre el centro del escenario y el anillo periférico que une las cuatro patas de la mencionada estructura.


Estadio Único de La Plata 2 de abril de 2011


Pasadas las ocho de la noche los chicos de Muse caldearon el ambiente con un show sumamente potente en el cual fue casi constante una molesta saturación del sonido que, lamentablemente, se prolongó durante los dos primeros temas de U2. Luego de que los tres ingleses se retiraran respetuosamente aplaudidos y hasta ovacionados por los más fanáticos que se encontraban en la zona roja, los técnicos comenzaron a armar el austero set de los irlandeses mientras la ansiedad del público iba en aumento. De pronto, la guitarra y la voz de Gustavo Cerati invadieron el estadio con De música ligera y unas 60 mil almas se sumaron al homenaje saltando y cantando a voz en cuello: a esa altura la banda ya había ganado el partido por goleada sin siquiera pisar el escenario. Minutos después, el tema Ground control to Major Tom del gran David Bowie acompañó la tranquila entrada de los U2 que desataron el delirio con el primer acorde, sonando a su máxima potencia y con La Garra concentrando toda la atención sobre las plataformas circulares. Estando lejos me costó un poco acostumbrarme a este nuevo despliegue escénico que se desarrolló mucho más hacia adentro de las patas de La Garra que hacia fuera. Fue inevitable sentir que los escenarios tradicionales todavía tienen la ventaja de “avanzar” hacia el público. Superados los problemas de sonido (el cual igualmente nunca llegó a ser tan puro como el del último recital de Madonna), Bono, The Edge y Adam Clayton comenzaron a recorrer los puentes móviles y el anillo exterior del escenario produciendo una verdadera conmoción en la zona roja y el borde del campo, con miles de brazos y cámaras estirándose hacia ellos. Es interesante el dinamismo que esto aportó a la puesta en general, más allá de los efectos lumínicos. Para los lejanos plateistas el consuelo llegó desde los impresionantes paneles de la enorme pantalla circular, que modificaron su tamaño y estructura a lo largo de la noche, y desde La Garra que iluminó su superficie exterior con diferentes colores y diseños. 


Estadio Único de La Plata 2 de abril de 2011


Después de cantar Misterious ways Bono saludó en castellano y comenzó su romance con el público contando que The Edge aprendió a bailar tango y que Adam Clayton se animó a probar unos mates además de los “bombones argentinos”. En uno de los recitales más charlados que vi en mi vida la traducción en simultáneo sobre la pantalla gigante resultó ideal. El idilio continuó con un “aguante La Plata” y la tradicional subida al escenario de una fan para, en esta ocasión, leer junto a él la letra de Gracias a la vida en homenaje a Mercedes Sosa: pareció increíble que la muchacha pudiera articular palabra con el irlandés abrazado a ella. Me llamó mucho la atención el estado de disfrute de los cuatro miembros de la banda que, a pesar de seguir al pie de la letra la coreografía escénica del show, se tomaron su tiempo para interactuar tanto con el público como entre ellos mismos. Carentes de todo divismo y rivalidad, Bono y The Edge se acercaron, se saludaron y se apoyaron en todo momento como si aún no pudieran creer lo lejos que han llegado. La idea del largo e impecable camino recorrido se profundizó aún más cuando la pantalla circular nos mostró imágenes de sus comienzos, dejando bien en claro que U2  tiene un muy buen pasado, un excelente presente y un promisorio futuro.


Estadio Único de La Plata 2 de abril de 2011

Exitazos como Elevation, I still haven’t found what im looking for, Sunday bloody Sunday y la eterna Where the streets have no name (la cual Bono dedicó a la ciudad anfitriona) encendieron la cancha en la que miles de personas saltaron al unísono. La locura rockera, comandada por la impecable guitarra de The Edge, cedió su espacio a momentos altamente emotivos concentrados en el homenaje a la líder birmana Aung San Suu Kyi (con Walk on sonando y varios jóvenes portando lámparas a vela con el logo de Amnesty International) y en las palabras del arzobispo sudafricano Desmond Tutu seguidas por una impresionante versión de One. Ya a la altura de los bises quedó tiempo para roquear un poco más, con Bono enfundado en una chaqueta cuajada de pequeños leds rojos que hacían juego con su micrófono colgante, y para que el estadio se transformara en un típico boliche de hace más de 20 años atrás: una pequeña bola de espejos bastó para que With or without you se luciera como lo que es, un lentazo de aquellos. Sabiendo que el final estaba próximo canté junto a él hasta el último acorde y estiré mis brazos al cielo porque aunque no lo podía ver, lo sentía más cerca que nunca. 



Fotos: Laura Ferrigno

Texto: Andrea Castro



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