viernes, 9 de octubre de 2015

La repunta del Obelisco

El domingo 20 de septiembre los porteños, sin distinción de género, nos despertamos “circuncidados”.  Alguien nos había robado la punta del Obelisco, ese tradicional símbolo tan porteño como Gardel. Los domingueros madrugadores fueron los encargados de informarnos de la imposible novedad y, gracias a las redes sociales, las reacciones no se hicieron esperar. ¿Lo estarán restaurando? ¿Están tan bajas las nubes está mañana? ¿Será un truco publicitario, o simplemente los K ya se están afanando hasta lo inafanable?
La respuesta llegó tan rápido como las preguntas y con el correr de la mañana nos enteramos que el chiste era obra del artista Leandro Erlich en confabulación con el MALBA. Fue una doble jugada muy ingeniosa. Por un lado el proceso de cobertura de la cúspide del Obelisco se llevó a cabo bien entrada la madrugada para que solo algún que otro borracho o alma nostálgica jurara dejar la bebida y las ganas de suicidarse respectivamente. Por el otro, el MALBA envió la infaltable gacetilla de prensa y actualizó su página web recién pasado el mediodía del domingo. Para los sorprendidos que seguimos las primeras descolocadas crónicas televisivas mientras desayunábamos, no sirvió de mucho buscar información en la web por esas horas, a pesar de que ya algunos mencionaban al MALBA y a Leandro.





Varios artistas han tomado al Obelisco como protagonista de sus obras, pero ninguno lo intervino de una manera tan drástica. Marta Minujín acostó una réplica en 1978 y al año siguiente generó otra usando kilos de pan dulce, pero ni a ella, que es capaz de cualquier cosa, se le ocurrió cortarle la cabeza al original. Erlich deseaba hacer algo que involucrara al Obelisco desde hace 20 años. En 1994 presentó un proyecto para emplazar en la Boca una réplica exacta realizada en acero pero la idea finalmente no se pudo llevar  a cabo. “El juego era imaginar una ciudad en la que no hubiese un monumento con la unicidad icónica de lo que representa el Obelisco para la Ciudad de Buenos Aires, sino generarle un doble. Me interesaba esa duplicidad –era bastante provocativa porque el Obelisco ha sido siempre una referencia geográfica, un mojón–; imaginar citarse con alguien en el Obelisco, por ejemplo, y que acto seguido te preguntara “¿en cuál de ellos?”, me parecía interesante. Tenía que ver con una idea vinculada con la descentralización", comenta el artista en la gacetilla de prensa del MALBA.




Veinte años y una trayectoria impresionante después, el gigante de casi 68 metros de altura le dio revancha y esta vez la apuesta artística fue aún más genial. En las dos semanas que nuestro monumento por antonomasia lució descabezado escuché a periodistas enojados decir que era una falta de respeto a los turistas que visitaban Buenos Aires mostrarles el Obelisco en ese estado, que era peligroso para la seguridad vial porque los automovilistas se distraían mirando la innegable ausencia y que mantener la ¡¿gracia?! uno o dos días estaba bien pero más tiempo no porque la cuestión empezaría a afectar nuestra autoestima como porteños. Por suerte la respuesta de la gente común, que en general suele ser mucho más sabia y pensante de lo que se supone, fue mucho más positiva. Porteños, turistas, expertos en arte contemporáneo y argentinos en general se rieron de buena gana, retrataron desde todos los ángulos posibles la novedad y le siguieron el juego a Leandro haciendo largas colas para visitar el interior del “recuperado” ápice en la explanada del MALBA. "Me interesa generar proyectos en los que el arte escape a las fronteras de los centros convencionales de exhibición y se imbrique en el orden de lo cotidiano”, explica Erlich. “Me interesa el arte como una herramienta de integración, de acción, de vinculación. La relación de las ciudades con los monumentos y con lo que significa visitarlos, porque no solo lo hacen los turistas; tiene que ver con la apropiación, con el orgullo, con la pertenencia. Y el Obelisco en Argentina es un monumento que nunca ha sido pensado para ser visitado", agrega.









Particularmente el site especific me produjo un fuerte impacto ya que en algunas de mis clases, hablando sobre la mirada de lo cotidiano, he puesto como ejemplo qué nos pasaría si un día pasáramos por la 9 de Julio y no estuviera el Obelisco. De movida, ese domingo a la mañana, desesperé por saber que estaba pasando. Cuando la información comenzó a explicar la imagen surrealista que me devolvía la pantalla de TN, me llené de preguntas y reflexiones. ¿Un salteño sentiría la misma extrañeza que yo al enterarse de la noticia? ¿El Obelisco es más porteño qué argentino? ¿Yo soy más porteña qué argentina? ¿Por qué amo tanto a esta ciudad, por qué nací acá? ¿Por qué casi todos los monumentos representativos de varios países del mundo son tan fálicos? ¿Por qué el símbolo de Buenos Aires es masculino, si ella es la Reina del Plata? ¿Por qué siempre vamos a festejar al Obelisco? ¿Por qué sentimos que ese lugar es como la plaza de un pueblo chico a pesar de que vivimos a merced del anonimato y la inmensidad de esta ciudad? Leandro lo había logrado, al menos conmigo, le di vueltas al asunto durante varios días y cerré el ciclo un viernes lluvioso cuando pude visitar la réplica de la punta perdida en la explanada del MALBA. Estando allí me di cuenta que Erlich nos bajó a la tierra, y a nuestra altura, una parte de nuestra ciudad que nos es habitualmente inalcanzable, primero porque no está permitido recorrer el interior del Obelisco y segundo porque no sé si a muchos les daría el cuerpo para llegar hasta la cima. Al ingresar la ilusión, comenzada en la imagen que desde durante dos semanas nos devolvió nuestro conocido gigante, se vuelve perfecta. Las dimensiones respetan la escala real y las cuatro ventanas miran hacia los cuatro puntos cardinales con imágenes que reproducen en sendos films lupeados lo que ocurre en la grandiosidad de nuestra ciudad durante un día laborable. El proyectar 4 películas, que incluyen hasta a las palomas que visitan asiduamente las ventanas, en lugar de colocar en cada vano 4 fotos fijas es otro golazo de Leandro. Tan vívida es la experiencia que estando allí pensé que las imágenes estaban tomadas en tiempo real, hasta que otra visitante me hizo dar cuenta que mientras en las ventanas brillaba el sol, afuera del ápice estaba densamente nublado y lloviznaba.







Vista hacia la Avenida Callao

Vista hacia la Avenida Leandro Alem


Vista hacia Constitución

Vista hacia Retiro 



“Obeliscos y pirámides, entre otros monumentos formidables, y ya desde antiguo, son emblemas inmemoriales, hipnóticos, concéntricos. Colosales, herméticos e indestructibles. Así han sido imaginados, venerados y temidos. (...) Nuestra imaginación política ha tendido a ser, casi siempre, vertical, y así seguirá siéndolo, al menos mientras se imagine, venere y tema con la mirada absorta hacia arriba. Y sin embargo, esos símbolos se mantienen firmes y rotundos en tanto y en cuanto se crea en ellos. Si no se lo hiciera, su supremacía –ese peculiar espacio tensado entre lo sacro, lo temible, lo erótico y lo inaccesible– se desplomaría en pocos instantes. Es cuestión de averiguar –sacrilegio mediante– qué hay adentro. Quizás no haya nada, nada más de que lo que sus idólatras depositan en ellos. Y por eso simbolizan, a la vez, todo y nada”, escribe el sociólogo argentino Christian Ferrer en el catálogo que acompaña este proyecto y se puede conseguir en el MALBA.
Hoy, para tranquilidad de algunos y añoranza de otros, el Obelisco ya luce como siempre lo han visto nuestros ojos desde su inauguración en 1936. Pero el juego sigue para los que hasta principios del año que viene se acerquen a la explanada del museo a soñar que, sin esfuerzo alguno, están a 68 metros de altura contemplando parte de esta maravillosa ciudad.

Texto y Fotos:  Andrea Castro.
 Fotos:  Diario Clarín - Prensa MALBA



Leandro Erlich: La democracia del símbolo.
Septiembre 2015 – Marzo 2016.
MALBA Fundación Costantini -  Avda. Figueroa Alcorta 3415.

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