Acaso crezca desde el suelo es una de las oraciones que conforman el brillante texto Descripción de un cuadro del escritor y dramaturgo alemán Heiner Müller. También es la frase que da título al espectáculo inspirado en el mencionado escrito y en retazos de la dolorosa vida de la revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo. La pieza teatral de Ana Rodríguez Arana y Sergio Sabater es de un alto contenido simbólico y se desarrolla dentro de la, a golpe de vista, oscura y estática sala de un museo. En ella, se encuentran oportunamente reunidos el cuadro descripto por el alemán, la representación de la tumba de Rosa y un maniquí que luce la reproducción de uno de sus vestidos. Luego de la explicación de una especie de guía, cuyas palabras suenan demasiado impostadas e innecesarias, y siguiendo el relato verbal y actitudinal que comienza a generar la dupla integrada por un acartonado funcionario y el portero, Rosa y su asesino cobrarán vida para re interpretar, una y otra vez, la violencia descarnada y eterna que se descubre tanto en la pintura como en la lucha de la revolucionaria polaca.
El narrador (el que habla) contará los hechos, describirá minuciosamente el cuadro (a partir del texto de Müller) y hará hincapié en el significado de ciertas palabras entonando solemnemente impecables definiciones de diccionario. También se encargará de reacomodar los objetos sobre el escenario, de manejar como si fuera una muñeca a la resucitada Rosa y de conseguir que el obediente portero se las arregle como pueda para traducir a una especie de lenguaje de señas y acciones sus doctrinarios dichos. La excelente interpretación y el elocuente dinamismo del personaje mantendrán el ritmo de la obra y preanunciarán los cambios de clima, cada vez que el erguido caballero pregunte: ¿qué se ve?
Lo primero que se verá es la vuelta a la vida de Rosa, que se levantará desde su tumba desecha, dolorida y llevando atado a su cuello un pequeño librito (el Liber Vitae) como pieza de identidad. Rosa volverá a la vida como la dejó, destruida tanto moral como físicamente y, lo que es peor, retornará para revivir su terrible historia y ser golpeada y asesinada una y otra vez. Rosa será entonces la perfecta alegoría de la revolución, la cual ha renacido para ser asesinada, una y otra vez a lo largo de los siglos. “Me hundieron en la tierra y me cubrieron con una gran piedra para que nunca más vea la luz. Bajo la sombra de mis alas habita el espanto”, sollozará la mujer al borde del llanto luego de ser obligada a beber sangre, el alimento de los muertos, para volver a tener presencia en el mundo de los vivos. Rosa la roja, como le decían sus contemporáneos, no tendrá, al regresar de la muerte, una voz que le permita contar su propia historia: el que habla es el que recopilará su vida leyendo el Liber Vitae que le quitará del cuello, y también es el que releerá sus cartas. Ella solo se limitará a asentir, enmascarada y sentada en un rincón. Por detrás de esa misma máscara Rosa apenas podrá, más adelante, entonar uno de sus discursos, su voz se oirá como en sordina, como si proviniera de una vieja grabación, y su rostro no podrá acompañar la vehemencia de sus palabras. Nada de esto importará demasiado porque su figura crecerá desde el suelo en escena, al igual que la de la mujer del cuadro, y su infinito deseo de libertad llegará como una bocanada de aire fresco cuando su tumba se transforme en ese precioso jardín que supo cultivar detrás de los muros de la cárcel que la mantuvo presa durante toda la Primera Guerra Mundial. “A veces me siento un pájaro con figura humana” solía decir esta aguerrida mujer que imitaba a la perfección el canto de los herrerillos, que volaban presurosos a invadir su encarcelado jardín.
Justamente, lo que tiene sádica y simbólicamente apresado entre sus manos el hombre del cuadro que describe Müller es un pájaro. Su figura se corporizará en escena en la piel de un hombre ciego, déspota y violento, que encarnará toda la brutalidad del autoritarismo que encarceló, torturó y mató a Rosa en el pasado y en el presente, en cada noche que ella vuelve a la vida. El que habla dirá que “la muerte es el pasaje de sujeto a objeto”, permitiendo así que el ciego la emprenda a golpes y patadas con el maniquí que exhibe el vestido de Rosa, en una metáfora visual que helará la sangre. Luego de tanto padecer su jardín se volverá tumba y Rosa caerá muerta una vez más, cobardemente asesinada. Sin embargo, como la revolución es un cambio en el orden de las cosas, ella finalmente vencerá a su opresor para seguir viviendo a través del recuerdo incansable de sus imágenes y sus palabras. Porque Rosa Luxemburgo fue, es y será.
Texto: Andrea Castro.
Elenco: Pablo Bossi, Pablo Garrido, Hector Raubert, Ana Rodríguez Arana y Patricia Carbonari.
Dramaturgia: Ana Rodríguez Arana y Sergio Sabater
Diseño de Iluminación: Pehuén Strodeur
Escenografía y Vestuario: Laura Cardoso
Música Original: Gustavo Toker
Realización de obra plástica: Álvaro Urzagasti
Asistente de Dirección: Emilia Goity
Director: Sergio Sabater
Funciones: sábados 21:30 hs.
Entrada: $ 40 (descuento estudiantes y jubilados $ 25)
Sala: Patio de Actores - Lerma 568 Reservas al 4772-9732
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