Esta tragedia formó parte de una tetralogía escrita por Esquilo en el año 463 a.C. Esquilo fue, junto a Sófocles y Eurípides uno de los tres grandes trágicos griegos. Se dice que él fue el creador de la tragedia griega, que escribió entre 82 y 90 piezas y que era admirado por Pericles, magnífico político y estratega que gobernó Atenas durante la denominada edad de oro de la ciudad. El siglo V, o siglo de Pericles, fue un momento particularmente duro en relación a los derechos y deberes de las mujeres, a las cuales ni siquiera se las consideraba ciudadanas. Paradójicamente, las que gozaban de mayores “libertades” eran las prostitutas.
En las piezas de Esquilo, al igual que en las de Sófocles, el papel reservado a las mujeres siempre es controversial: eternas causantes de desgracias, ellas son inquietantes, traicioneras y suelen ambicionar lo que no les corresponde. Sus actos, su suerte y su desgracia están constantemente ligadas a un hombre, ya sean diosas, la última palabra siempre la tiene Zeus; pitonisas, sus extrañas manifestaciones son interpretadas por un sacerdote; o simples madres, hermanas y esposas.
Las suplicantes no son la excepción a esta regla. Las 50 hijas de Dánao arriban a Argos huyendo desesperadamente de sus primos, los hijos de Egipto, quienes las persiguen para desposarlas por la fuerza. Se refugian en el altar de Zeus, de cuyo linaje proceden, y allí son descubiertas por Pelasgo, el rey de Argos. A él le piden asilo y protección y le ruegan que no las entregue aunque los egipcios reclamen por ellas. El rey, lejos de ser un tirano, somete a la votación de su pueblo la petición de las Danaides, ya que su ayuda puede significar el inicio de una nueva guerra. Argos apoyará a estas mujeres que defienden su libertad frente al poder masculino pero, obviamente, pagara un alto precio por ello.
Llevar a escena tremenda pieza con la actuación de tan solo seis personajes requiere de mucho ingenio y, en general, la puesta de Daniel Casablanca y Andrés Sahade así lo demuestra. La oscuridad total y la penumbra, en las cuales se desarrollan las primeras escenas, plantean de entrada un clima misterioso y ancestral que se verá reforzado a lo largo de toda la obra por diversos sonidos y la acertada inclusión de una versión vocal de Les 40 Braves de las Odas de Vangelis. La imagen de tres Danaides, corriendo por varios minutos en el mismo lugar casi hasta la extenuación, y la centralización de la escenografía en el altar de Zeus, son dos muy buenos recursos de utilización del pequeño espacio escénico. El vestuario atemporal y con una interesante mezcla de estilos en las tres protagonistas femeninas, recuerda que los derechos de la mujer no solamente fueron avasallados en tiempos tan lejanos y despega a los actores de los tradicionales atuendos griegos, reforzando la vigencia de la problemática planteada por Esquilo, a lo largo del tiempo. La dramaturgia de Gabriela Biebel respeta de manera casi literal el texto original y mantiene el ritmo del coro, que en la tragedia escrita está integrado por las 50 doncellas, al superponer, personalizar e integrar alternativamente los dichos y súplicas de las protagonistas.
La suma de todo lo antedicho tendría que dar resultados excelentes, pero los problemas de dicción y algunas actuaciones muy fuera de eje como la del heraldo, cuya intervención carece de potencia y autoridad, le restan varios puntos a la puesta. Tampoco convencen las reiteradas súplicas de las Danaides, que por momentos se tornan histéricas y pierden su intensidad dramática. Vuelvo entonces a rescatar momentos y figuras claves, como el interesante juego de luces que se logra a través del uso de linternas; la prestancia de un impecable Pelasgo; y el trabajo vocal de Dánao al interpretar uno de clásicos del repertorio griego, para concluir que, si bien falta mucho camino por recorrer, valió la pena el esfuerzo de animarse a concretar tamaña odisea.
Texto: Andrea Castro.
Texto: Andrea Castro.
Funciones: Martes 20 horas
Teatro La Comedia, Sala 2
Rodríguez Peña 1062
Localidades $40 - Reservas: 4815-5665
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