martes, 25 de enero de 2011

Dijeron de mí

En la sala mayor del Teatro Maipo, cuatro veces a la semana, Tita es Virginia y Virginia es Tita. En una interpretación magistral, que no cae en la imitación pero se hace carne en la vida y la obra de otra mujer, Virginia Innocenti narra en primera persona parte de  la historia de esta dama que pago un alto precio por salir de la miseria y vivir a su manera. Alternando el relato y la interpretación de algunos de los tangos que La Merello hizo famosos y acompañada solo por el sonido del piano del maestro Diego Vila, Innocenti, al igual que Tita, se sumerge en pasajes sumamente dramáticos y atraviesa profundas crisis pero renace siempre, pícara y pispireta, entonando una milonga Tita nunca negó ni su pasado, ni su presente; siempre fue genuina y supo muy bien lo que dijeron de su persona; nunca se creyó el cuento de la diva, ni renegó de sus orígenes; pero se quedó sola y se transformó en una especie de reliquia viviente conservada en la Fundación Favaloro.



El 24 de diciembre del 2002 La Merello dijo basta: “ya pasé muchas navidades sola, no quiero pasar otra más”. Dijeron de mi, espectáculo ideado y escrito por la propia Innocenti, se centra en ese día y en la posibilidad de que Tita, antes de dejar este mundo, haya hecho un recorrido por su vida, arrepintiéndose quizás de haberse hecho valer a pesar de todo y de todos: dicen que como le tenía miedo al infierno, en sus últimos años donó todo lo que tenía y se recluyó en la Fundación por propia voluntad. Solo se quedó con las fotos porque, como le gustaba decir, las fotos son puertas. “En verdad nunca fui importante para nadie. La gente cree que la fama y el sexo libre son lo mejor, pero se equivoca, yo quería amor, tener un marido e hijos. En la realidad no tuve hijos para no faltarles, solo los tuve en el cine”. Vestida con una camisa negra con lunares blancos, falda gris cruzada, medias de red y zapatos boquita de pez, Ana Laura Merello (Virginia) nos transmite sus vivencias y contradicciones personales más profundas, tan conocidas por todas las mujeres que desafían su condición de género aún hoy, y, cada tanto, se despacha con una milonga bien rea, como para redondear la cuestión. En esos momentos de quiebre, llegan los toques de humor e Innocenti  despliega toda su gracia tanguera bailando sola o con la silla y la mesa,  jugueteando con Diego Vila e interactuando mesuradamente con el público.



 
El tono, la cadencia y las inflexiones de  la voz de Virginia estremecen por el parecido, pero no nos dan tiempo para entrar en comparaciones porque, una vez más, la gigante se desmorona (“yo soy muchas, varias y nunca la misma”) y mientras se mira al espejo nos cuenta sobre aquella lejana noche de Navidad, en la que se quiso suicidar porque el ya no estaba (“uno debe matarse de noche, nunca de día”). El tema del suicidio trae a escena el recuerdo, estratégicamente incluido por Innocenti, de la muerte de Favaloro, un hecho que a Tita la marcó profundamente a solo dos años de su propia muerte, y nos introduce en su profunda pena de amor. Sin pronunciar su nombre (otro acierto de la autora para no quitarle el protagonismo a quien realmente lo merece), la Merello se desgarra en su abandono y canta, al borde del llanto y la desesperación, dos tangos de su autoría: Llamarada pasional y Decime Dios dónde estás. Esta mujer, que aprendió a leer y escribir casi a los 20 años en un esfuerzo de superación admirable, solo pudo expresarse para suplicar por un hombre que a la hora de la verdad se casó con la muchacha políticamente correcta, a quien tampoco viene al caso nombrar. Antes del final queda tiempo todavía para una rápida recorrida que va desde la chiquilina de 16 años que empezó a cantar en un cabaret de mala muerte solo porque tenía lindas piernas, hasta la gran diva Tita Merello, que llega enfundada en una magnifica robe de terciopelo negro con apliques de lentejuelas, para contar más anécdotas, cantar y recordarnos que nos tenemos que hacer el Papanicolau. Agotados los recuerdos y acorralada por sus propias contradicciones y pesares, Tita (Virginia) de golpe se vuelve vieja, se levanta con dificultad de su silla y caminando despacio bajo el peso de su espalda encorvada se aleja de la escena en el mismo momento en el que cientos de fotos nos devuelven su eterno recuerdo. La ovación la trae de vuelta, engalanada con boa de plumas y vestido de paillettes,  para cantar con todo su garbo Se dice de mí, en el mismo escenario en el que hace más de 80 años debutó como vedette rea.  




Tita confesó alguna vez que admiraba y respetaba a Victoria Ocampo porque: “yo siempre respeto a las mujeres que hacen cosas, no a las superficiales que se quieren a sí mismas”. Si pudiera, creo que hoy diría lo mismo de Virginia Innocenti, alguien que supo entenderla y contarnos su historia.

Texto: Andrea Castro. 


¿Cómo son los minutos previos a morir?
¿Cómo se suceden en nuestra mente los recuerdos?
¿Cuáles son los recortes que del tejido de nuestra vida elegimos
para llevar con nosotros? ¿A dónde?
Este ejercicio de “teatro-musical” fantasea acerca de esos instantes en la vida de Tita Merello. Apasionada y caprichosamente.
En honor a ella. 
Virginia Innocenti

 

 
Funciones: Jueves a sábados a las 21 hrs;  domingos a las 20 hrs, durante todo el mes de enero.
Teatro Maipo: Esmeralda 443 CABA
Fotos: Cortesía Prensa (Annemarie Heinrich - Estudio Heinrich Sanguinetti)


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