miércoles, 12 de octubre de 2016

Convocatoria Arising / Resurgiendo: ¿Para cuándo?





Y, ¿para cuándo? ¿No pensás darle nietos a tu papá?, le haría tan bien ahora que se quedó viudo. Mirá que el tiempo pasa y las mujeres tenemos fecha de vencimiento. ¿No sentís que la vida te corre? Te vas a quedar sola, ¿quién te va a cuidar cuando seas vieja? ¿No te morís por tener una nena igualita a vos? Capaz que te gustan las chicas, está tan de moda ahora. Tanto estudio, tanto estudio, y seguís luchando por conseguir un buen laburo. Te vas a quedar para vestir santos y encima sin un mango. ¿Por qué no te buscás un tipo que te mantenga y listo? Te envidio, sanamente, pero te envidio, te perdés la maravilla de ver crecer a tus hijos pero sos libre, podés hacer lo que quieras y cuando quieras. Cuando te llegue la menopausia te vas a arrepentir. ¿A vos no te gustan los nenes, no? Tu problema es que vos esperás demasiado de la vida, vas a contramano del mundo. 



La violencia verbal y psicológica puede ser tan cruel y dolorosa como la física. Si bien pasa mucho más desapercibida, hiere y lastima de la misma manera, o aún peor. Algunas palabras se sienten como si fueran cachetadas, ciertas frases ahogan y atenazan la garganta al igual que un par de manos poderosas, y determinadas sentencias nos llenan de culpa, impotencia y llanto contenido. Muchas de las preguntas y aseveraciones con las que comencé este texto, me fueron planteadas a lo largo de los años por familiares directos y amigos cercanos. Para todos ellos mi gran pecado ha sido privilegiar mi desarrollo profesional por sobre el matrimonio y la maternidad.
Desde que entré en la espantosamente denominada edad de merecer, y a medida que fueron pasando los años sin las tradicionales novedades, las preguntas, las sospechas, los cuchicheos por lo bajo en el seno familiar y, finalmente, los cuestionamientos lisos y llanos, fueron en aumento hasta hacerse cada vez más frecuentes y apremiantes. Las ocasiones ideales para acorralarme eran mis festejos de cumpleaños, los casamientos de mis primas y hasta, muy desubicadamente, algún que otro velorio. Junto a cada año que se iba agregando a mi existencia, llegaba la frase de uno de mis tíos: “tantos años y todavía el pescado sin vender”. Esta expresión, clásica en la Argentina, tiene un trasfondo tan obsceno como misógino, ya que implica que una mujer, más que encontrarse con un hombre al cual amar, tiene que buscar un candidato que sea digno de adueñarse, al comprarla literalmente, tanto de su vagina como de su vida. Para los energúmenos que la continúan utilizando, la idea de enamorarse locamente y con pasión, sin tener por ello que vivir condenada a lavar calzoncillos y a ser la sombra de un hombre  más que su compañera de ruta, es inaceptable. Estos especímenes, entre los cuales también se pueden encontrar a varias damas sentenciosas, presuponen además que si una no se ha casado morirá virgen y amargada, salvo que lleve una vida libertina o ejerza la prostitución. Es increíble que en pleno siglo XXI todavía ser soltera sea sinónimo de solterona, como decían nuestras abuelas, o de puta. 



Otro de los planteos más agresivos que he recibido provino de un antiguo novio que se enojaba porque yo estudiaba demasiado. Solía decirme que no valía la pena esforzarme tanto porque después de recibida, con la atención de los hijos y la casa, no iba a poder llegar muy lejos en mi profesión. Sin saberlo, pero muy en sintonía con ese desgraciado, una tía me dijo cuando me recibí: “ya tenés el título, ahora traeme el novio y dejate de joder” Suena tremendo que aún hoy en día, y con todo lo que se ha luchado, la educación superior para las mujeres sea considerada solo un juego o un pasatiempo que pasa rápidamente a un segundo plano cuando llega el momento de formar una familia. Yo no lo  sentí nunca así, y no lo quise nunca asi, por eso decidí no ser una superwoman que mucho abarca y poco aprieta, ni una mujer partida y culpógena. Entiéndase, aunque muchos me tilden de egoísta por centrarme en mi propia vida, en vez de dedicarme a formar una nueva, para mí ser madre implica una entrega física, afectiva, temporal y energética de por vida, que una tiene que estar muy segura de estar dispuesta a brindar. Yo veo más un acto de egoísmo en el hecho de querer ser madre a cualquier precio, sólo para cumplir con los mandatos sociales y familiares, o para enganchar un buen candidato. Un hijo es demasiado importante como para tomárselo a la ligera, un hijo no es una mascota, ni una muñeca de la infancia que ahora se ha hecho realidad. Mucho menos alguien que traemos a este mundo para que cumpla nuestros propios sueños y expectativas y, además, sea una especie de enfermero asegurado para nuestra vejez. 



No es real que yo sea una persona libre, carente de responsabilidades y, por qué no decirlo ya que estamos, bastante inmadura, por el solo hecho de haber decidido no tener hijos. Para los demás es como si algo no se hubiera desarrollado bien en mí: “no puede ser que no tengas instinto maternal. El problema es que todavía no te cruzaste con el candidato adecuado, cuando lo encontrás el cuerpo entero te grita que tenés que tener un hijo con ese hombre” Las veces que me han dicho frases como esta, automáticamente he pensado:”o mi cuerpo es mudo, o piensa en otras cosas que no siempre tienen porqué terminar en un embarazo”. Todavía sigo dando explicaciones a estos planteos y agresiones veladas, de hecho, ¡lo he estado haciendo también en este texto! Aunque en rigor de verdad, también debo confesar que muchas veces me he callado, tragando el veneno que me inoculaba cada palabra. Por suerte, al pasar la barrera de los 43 años, y de un tiempo a esta parte, los cuestionamientos han menguado bastante. En las conversaciones con familiares, conocidos y amigos cercanos, ahora flota algo parecido a una especie de resignación: es evidente que ya soy un caso perdido. La fecha de vencimiento se acerca inexorablemente y como me dijo hace poco otra tía vil y ponzoñosa: “vos ya perdiste el tren, querida”. 
Texto y Fotos: Andrea Castro. 


Foto: cortesía MALBA

Foto: cortesía MALBA

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