Podría
definirse a The Knick como una serie médica más, una de las tantas que viene
produciendo la industria norteamericana desde el éxito contundente de la lejana
ER. Pero sucede que esta serie cuenta con un valor agregado que la hace única e
irrepetible: narra el día a día de un hospital a principios del siglo XX. A su
impecable reconstrucción de época, debe sumarse también la no menos exhaustiva
investigación histórica médica que, seguramente, debieron encarar sus creadores
Jack Amiel y Michel Begler, y su director Steven Soderbergh. Las técnicas
quirúrgicas rudimentarias, y los avances que se van produciendo en las mismas,
a lo largo de los 10 capítulos de la primera temporada, hablan a las claras de
una solidez en el guión sobre la que se construye gran parte de toda la trama.
Digo gran parte porque no todo lo que ocurre tiene que ver directamente con temas
médicos. The Knick cuenta además con conflictos de época que abordan temas que
en la actualidad supuestamente ya tendrían que estar socialmente superados:
violencia de género, aborto clandestino, corrupción policial, maltrato a los pacientes de bajos recursos,
racismo, lucha de clases y xenofobia.
La estrella del hospital es el Doctor John Thackery, magistralmente interpretado por Clive Owen y basado en la figura real de William Halsted, médico considerado uno de los pioneros de la cirugía moderna a principios del siglo pasado. Owen compone a una especie de iluminado y adicto Doctor House de otro siglo. Si bien su personalidad y su pasión casi obsesiva por el trabajo lo acercan al ya mítico personaje de Hugh Laurie, muchas otras cuestiones lo alejan y le complican la vida profesional. John Thackery opera sin guantes de látex, sin barbijo, sin ningún tipo de apoyatura tecnológica y apenas cubierto por un delantal blanco. Por suerte toma la precaución de lavarse muy bien las manos antes de entrar al teatro de operaciones y, además, de inyectarse cocaína líquida antes de cada intervención. (Entre paréntesis, cabe recordar que por aquellos años, tanto la cocaína como la heroína se utilizaban asiduamente con diferentes fines terapéuticos). Observado atentamente desde las gradas semicirculares por sus colegas, que lo admiran y lo envidian al mismo tiempo, Thackery debe explicar a viva voz cada una de sus maniobras, a la vez que escucha todo tipo de comentarios y reacciones de parte de sus espectadores. El nivel de concentración y la asepsia en un lugar así, obviamente brillaban por su ausencia. Al Doctor estrella lo asisten un par de médicos más y una enfermera que cumple la función de chequear los signos vitales del paciente, ¡tomándole el pulso con un reloj de cadena!, y de controlar la anestesia acercándole cada tanto a la nariz un paño embebido en lo que se supone debe ser cloroformo, o una mascarilla con gas.
El contraste con los hipertecnológicos quirófanos y habitaciones hospitalarias de series como Grey’s Anatomy, o la ya mencionada Doctor House, es brutal pero efectivo: gracias a él no quedan dudas de que estamos en los albores de la medicina intervencionista, en la cual sus protagonistas se juegan el todo por el todo mientras hacen historia. Lo que lamentablemente nos suena mucho más cercano y familiar tiene que ver con algunos temas sensibles como los fondos que no logra conseguir el hospital para seguir funcionando; los actos de corrupción de sus administradores; la discriminación de cierto tipo de pacientes (negros, irlandeses); el papel de las mujeres, que deben ganarse con mucho esfuerzo su lugar en un mundo de hombres; y las eternas rivalidades entre colegas. John Thackery es un ser torturado, osco y soberbio, pero, por sobre todo, tiene una mente brillante. Es capaz de pasar días enteros sin dormir en pos de descubrir la manera de contener una hemorragia uterina, o de realizar una transfusión de sangre exitosa (en aquel entonces no se tenía muy en claro la existencia de los diferentes grupos sanguíneos). Acostumbrado a requerir los servicios de las trabajadoras del oficio más viejo del mundo, otra similitud con Gregory House, en el fondo John es un ser vulnerable, que sufre por no tener los medios técnicos para poder vencer a la muerte. Thackery vive cada fracaso como una derrota personal porque, a diferencia de House, tiene grandes dificultades para trabajar en equipo. Será un colega negro, otro hombre brillante pero discriminado en el hospital por el color de su piel, el que comenzará a relacionarse de una manera diferente con él. También lo hará la enfermera Lucy Elkins, ingenua jovencita que deslumbrada por el magnetismo de su jefe, se enredara con él en un pasional y adictivo romance que, se sabe, la hará sufrir y bastante.
El
final de la primera temporada deja a The Knick pendiendo de un hilo, con su
cierre y traslado ya decidido debido a la falta de fondos y a la mala voluntad
de sus benefactores; dos romances en vilo, uno interracial para más datos; y a un Doctor Thackery descontrolado por sus
adiciones y atravesando su peor momento. Por suerte ya se anuncia el estreno
inminente de la nueva temporada. A los que no vieron la primera se las
recomiendo ampliamente.
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