domingo, 10 de julio de 2011

Lo que natura non da, Salamanca non presta

Primer desfile de alta costura de Christian Dior 
sin John Galliano.


Ayer comenzó uno de los eventos de moda más esperados del mundo: la Semana de la Moda en París. La expectativa por conocer las nuevas colecciones para la temporada invernal 2011 batió records al saberse que uno de los primeros desfiles de alta costura sería protagonizado por la casa Christian Dior, algo habitual si no fuera por un detalle: el despido de su diseñador en jefe John Galliano hace cuatro meses. Para los desmemoriados vale la pena recordar que el modisto fue juzgado, hace apenas dos semanas, por haber protagonizado un escándalo en el bar La Perle de la Ciudad Luz al agredir con gruesos insultos antisemitas a una pareja. En su descargo el inefable John dijo no acordarse de nada y culpó al alcohol, a las drogas, al profundo dolor por la muerte de su padre y a las presiones de la industria de la moda, por su estado mental. Virtualmente desempleado Galliano no admitió lo ocurrido y mucho menos el hecho de ser antisemita, solamente se disculpó con sus denunciantes e inició un tratamiento de desintoxicación, mientras espera el veredicto que se dará a conocer en el mes de septiembre. 
 
Para completar el novelón ayer Bill Gayten, colaborador directo de Galliano durante 23 años, y Suzanna Venegas, su primer asistente y mano derecha, presentaron, en nombre de todo el taller de la casa Dior, cinco colecciones en una sola noche. El resultado según los críticos fue: “una presentación esquizofrénica, marcada por un eclecticismo anárquico”. Si bien se rumorea que en realidad Gayten fue nombrado diseñador en jefe la semana pasada, en este primer desfile la falta de una cabeza con algo de genialidad que marque un rumbo claro fue notoria. Dejando totalmente de lado su ideología y el bochornoso hecho que protagonizó no se puede negar que la magia que desplegaba el diseñador gibralteño en cada una de sus presentaciones era sin igual. La combinación y mezcla de temáticas, colores y texturas eran perfectas y, a pesar del caos y la exuberancia aparentes, el desarrollo de sus desfiles siempre fueron impecables. Lo que se vio ayer en el Museo Rodin fue un cocoliche descomunal, una burda copia que por momentos pareció una burla a la maestría de un genio que supo revivir a Dior de una debacle segura, desde que hizo cargo como diseñador en jefe en 1987. 


 

De nada sirve que Gayten haya explicado que se basó en las obras arquitectónicas de Frank Gehry, Jean Michel Frank y el movimiento de Memphis de los años ochenta, ni que dijera: “busqué referentes más contemporáneos, es el principio de algo nuevo”. Las imágenes hablan por sí solas: colores primarios que remitieron sin sentido a la moda skate de los años 90, estampados deprimentes, accesorios que parecían haber sido comprados en el cotillón de la vuelta, cabellos por momentos electrizados y recogidos y por momentos sueltos y batidos y, lo peor, diferentes líneas muy mal mixadas sobre la misma pasarela. El comienzo fue un claro rescate de las líneas clásicas de la firma con conjuntos línea A y H, además de alguna que otra chaqueta Bar, que quedaron totalmente desdibujados por la exagerada aplicación de plisados y formas superpuestas y espiraladas en sí mismas como así también, por la horrenda combinación  de textiles, colores, texturas y estampados. Para un diseñador olvidarse de la sutileza y de la leve alegoría en desmedro de la elegancia es un pecado capital. 


 


De golpe los años 50 pasaron a ser los 70 y una oleada de lánguidos vestidos con reminiscencias hindúes y profundos colores selváticos inundaron la pasarela. Si algún desprevenido y apurado invitado entró en ese preciso momento al salón, seguramente creyó que en realidad estaba viendo un desfile de Roberto Cavalli. 





Como todo el mundo sabe que un desfile de alta costura tiene que terminar con las creaciones más impactantes, después de este descolgado impasse,  a Gayten no lo quedó otro remedio que retornar de golpe al volumen y la grandiosidad de los vestidos de noche, en un acto verdaderamente lamentable. Las estrellitas por sobre la cabeza de una de las modelos, la enorme medialuna que parece ahorcar a otra de ellas, las serpentinas plateadas sobre las enormes faldas y el decadente pierrot final fueron dignos de un corso de barrio en comparación con la fastuosidad cortesana que prodigaba Galliano. Sus directivos deberán reflexionar largamente sobre el futuro de la firma. Como marca reconocida internacionalmente dueña de un nombre y una ética y, sabiendo además lo que significó la irrupción de Christian Dior como diseñador en una París devastada por la Segunda Guerra, era imposible que John Galliano permaneciera al frente como diseñador en jefe. Pero tampoco era necesario este bochorno público, hubiera sido mucho más sensato saltarse esta temporada, aún a riesgo de perder la Haute Couture Label, otorgada por la Chambre Syndicale de la Haute Couture. 

Texto: Andrea Castro. 


 


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