Ir a ver a Les Luthiers es tener casi el 100% de la salida asegurada. Uno ya sale de casa predispuesto a pasarla bien y ni siquiera la complicada llegada al centro, un sábado a la noche en pleno horario de comienzo de funciones, logra ponernos de mal humor. Los cuatro señores de frac están presentando en el Teatro Gran Rex ¡Chist!, una antología que reúne algunos de sus incontables mejores momentos arriba del escenario y que no para de agregar nuevas funciones a pedido del público.
Luego del obligado saludo inicial, los muchachos son ovacionados ni bien pisan el escenario y sin siquiera haber tocado una nota, la seguidilla comienza con las Canciones descartables del soberanamente bruto cantante melódico Manuel Darío, inocentemente interpretado por un Daniel Rabinovich, que luce muy cambiado con su tradicional bigote afeitado. La siguiente pieza, llamada La Comisión (Himnovaciones), plantea una situación que se irá desarrollando, a medida que se intercala con el resto del repertorio, hasta dar vida al apoteótico final. La mencionada comisión, integrada por dos corruptos e incultos políticos (Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich) tiene la misión de encargarle a un músico mediocre (Carlos Núñez Cortés) la modernización del Himno Nacional de un hipotético país. La sutileza de la crítica política que se desprende de los, por momentos, desopilantes diálogos de los tres personajes logra arrancar carcajadas a la audiencia, como así también estruendosos aplausos gracias a su cruel realismo y grado de actualidad. A lo largo de la noche, el pobre músico, alterará palabras, frases, fechas y hasta hechos históricos, generando nuevos enemigos para el país, publicitando el lavado de divisas y transformando la canción patria en un vulgar jingle proselitista, para complacer los requerimientos de ambos burócratas.
Las altas dosis de realismo bizarro de La Comisión están sanamente equilibradas por el resto de las piezas, las cuales, como es habitual, transitan por una impresionante variedad de géneros musicales desde el madrigal al rap, pasando por la rapsodia, el bolero, el canto religioso e incluso la ópera. Si bien, por ser una antología, algunas de las piezas pueden resultar ya conocidas, los luthiers no se privan de mantener actualizadas sus performances, ya sea nombrando a Lady Gaga o ribeteando con leds la capa que luce Marcos Mundstock cuando personifica al conde Drácula; leds que se encienden cada vez que el rey de los vampiros tiene un súbito deseo de ingerir sangre en la Hematopeya titulada La redención del Vampiro.
La sola mención de Johann Sebastian Mastropiero desata otra de las ovaciones de la noche, como así también la excelente y jugada interpretación que Mundstock realiza, en el rol de Escipión, durante el fragmento de la ópera compuesta vaya a saber cuándo por el vapuleado maestro. Con la pieza Educación sexual moderna hace su ingreso uno de los ya tradicionales instrumentos informales de los Les Luthiers: el campanófono a martillo. Conformado por tubos metálicos que suenan como campanas, es ejecutado por Jorge Maronna mientras interpreta a un monje que, a le vez que lucha por mantener sus votos de castidad, debe impartir consejos de educación sexual. La temática carnal retorna en el rap Los jóvenes de hoy en día, en el cual Carlos López Puccio y Jorge Maronna hacen gala de una notable agilidad, bailando cual experimentados raperos, mientras se preguntan cómo hacer para acceder a la libertina vida que hoy llevan los jóvenes de hoy en día.
Luego de casi una hora y cuarto de intenso show sobre las espaldas de estos señores que todavía parecen tener 20 años, comienza a vislumbrarse la llegada del descanso para nuestro diafragma, que ya no aguanta más las intensas carcajadas, con el estreno, ante el mismísimo Presidente de aquel hipotético país (un López Puccio investido con una banda y un bastón presidencial tan ridículos como su gobierno) del fragmento final del Himno Nacional ya enteramente modificado. Entre risas y aplausos a granel queda claro, en un cierre perfecto del espectáculo, que el pueblo del anónimo país tiene un destino muy parecido al nuestro en relación al trato que sus gobernantes suelen darle a su anatomía posterior. Como no podía ser de otra manera, y antes de que el teatro se venga abajo, el final definitivo llega de la mano de una perlita: un desafío a puro jazz protagonizado magistralmente por Carlos Núñez Cortés al piano y Jorge Maronna tocando el bolarmonio, con perdón de la palabra. El estrafalario instrumento, que consta de 18 pelotas de fútbol dispuestas en forma de teclado frente al ejecutante, le sirve a Maronna para ganarle el desafío a Cortés que, infructuosamente, toca cada vez más rápido. De esta manera, con una de sus típicas genialidades y muy buena música se despiden estos caballeros del espectáculo, hasta la próxima obertura.
Texto: Andrea Castro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario