Amordazadas, silenciadas, mutiladas, sin voz, ni voto. Pasan los siglos y las mujeres seguimos siendo las esclavas del mundo. Siempre pendientes del otro más que de nosotras mismas. Siempre rodeadas de prejuicios, críticas, exigencias, presiones, habladurías, maldades, privaciones. Siempre pendientes de frivolidades e imposturas que nos mandan desde afuera. El mandato, esa eterna cadena que nos ata a vivir cómo se supone que debemos vivir, a pensar cómo se supone que debemos pensar, a actuar cómo se supone que debemos actuar.




No es verdad que seamos libres, no es verdad que haya
igualdad de derechos. No es verdad que trabajar adentro y afuera sea sinónimo
de haber alcanzado un ideal. No es verdad que somos las únicas capaces de
ocuparnos de las tareas cotidianas porque estamos programadas genéticamente
para ello desde hace milenios. No es verdad que debemos vivir en un segundo
plano para que ellos realicen sus sueños. No es verdad que no tenemos derecho a
realizar nuestros sueños, sean cuales sean, cuesten lo que cuesten. Sí es
verdad que las que se animan a ser libres, a quemar las velas y a vivir fuera
de los estrictos moldes que nos impone nuestra sociedad sufren el escarnio, la
crítica constante, la desautorización. Son miradas con suspicacia, son raras,
son distintas. Son alejadas y apartadas.




La realidad es que a pesar del inmenso terreno que
se ha ganado en estas décadas, las cosas no han cambiado para nada, sobre todo para
las mujeres que viven en la extrema pobreza, pertenecen a sectores marginados,
o a culturas en las cuales apenas se las considera un ser humano. Tampoco el
panorama es muy alentador para las demás, mujeres profesionales e
independientes siguen siendo esclavas de sus propias decisiones; siguen siendo
las cuidadoras necesarias y, en el caso de no poder serlo, recurren a otra
mujer para que las suplante; siguen siendo criticadas, maldecidas, presionadas
y asesinadas. Nuestro futuro está perdido en un mar de palabras políticamente
correctas, está encerrado por leyes y cupos que prometen pero no alcanzan, está
atado a un botón antipánico, a una cuota alimentaria, a una ayuda que no debe
ser calificada como tal si se comparte una casa. Nuestro futuro está en
nuestras manos y hasta que no nos demos realmente cuenta de eso no va a
cambiar, hasta que no accionemos en serio no va a cambiar, hasta que no nos
saquemos las caretas y dejemos de ser hipócritas no va a cambiar. Hasta que
este día se siga utilizando para ofrecer descuentos en las peluquerías y en las
tiendas de ropa no va a cambiar.
Texto: Andrea Castro.
Cerámicas: Ferri Farahmand.