sábado, 21 de abril de 2018

La proeza de aprender a caminar



El título de este texto se me ocurrió mientras recorría, a duras penas, el Site Specific que Ernesto Neto presentó en el Faena Art Center hace varios años atrás. O Bicho SusPenso na PaisaGen fue para mí mucho más que una curiosa instalación realizada a base de pelotitas de goma y gruesas hebras tejidas al crochet. Aparte de las apreciaciones estéticas y de contexto, y de la gran cantidad de fotos que ávidamente pude sacar, O Bicho fue esencialmente un viaje al pasado o, mejor dicho, un recuerdo en carne propia de algo que, como todos, había olvidado y que luego se transformó en mucho más. 



No creo que haya un ser humano en sus cabales que pueda recordar nítidamente, en su mente y en su cuerpo, lo que le costó pararse por primera vez y aprender a caminar siendo bebé. Casi todos conservamos alguno foto, los más chicos también alguna filmación, del histórico momento en el que nos soltamos de la pata de la mesa para dar un par de tambaleantes pasos hacia los brazos de alguno de nuestros progenitores. Por más que miremos una y otra vez las imágenes, nos es imposible asimilar el hecho de que antes de ese glorioso día, nuestras piernas solo nos servían para arrastrarnos por la vida. Nos es tan natural el pararnos y caminar que hemos borrado de nuestra memoria presente como llegamos a hacerlo. ¿Nos habrá costado? ¿Habremos sentido miedo, nos habremos mareado? ¿Nos habrán dolido todos los músculos al otro día, como nos pasa hoy cuando hacemos actividad física? Obviamente sigo sin poder recordar lo que me pasó en esos momentos, pero encontré algunas respuestas y una certeza corporal casi absoluta de lo que puede haber sido esa lejanísima experiencia para mí, al animarme a caminar por las entrañas del Bicho suspendido de Ernesto Neto. 




El ingreso al mencionado ser fue el primer desafío, ya que va en subida y es un estrecho pasillo suspendido, flanqueado por dos enormes paredes de tejido grueso y muy calado. Para colmo, el rugoso piso -que se sacude y bambolea constantemente- está conformado por la irregularidad globosa de miles de pelotitas que se incrustan cual escamas de dinosaurio en las plantas de los pies. Luego de que pude dar los dos primeros pasos, la realidad se me impuso en forma inmediata: los músculos de mis brazos y de mis piernas empezaron a hacer una fuerza descomunal mientras le pedían en forma desesperada al sistema nervioso central que mantenga el equilibrio y la coordinación. Luego de unos segundos de inmovilidad y desconcierto general mi corteza frontal empezó a racionalizar la situación: “estoy en un lugar público rodeada de gente extraña, soy una persona joven y con un estado físico aceptable, atrás tengo gente que está esperando que yo avance, sería una vergüenza pública y ante mi misma volver a tierra firme y a la seguridad de mis zapatos habiendo dado solo dos pasos”. No me quedaba otra que poner al cuerpo en pie de guerra y seguir adelante. Mis manos se aferraron al tejido, los pies avanzaron como pudieron y el cerebro trató de no pensar que lisa y llanamente estaba intentando caminar sobre un tejido suspendido en el aire. 
-¿Dónde está la fuerza de gravedad que nos mantiene firmemente anclados a esta Tierra?, -me pregunté con furia. 
-Está siendo engañada por la maravillosa estructura que creó el señor Neto, -me respondí con resignación. 
-¿Por qué me mareo, me tiemblan las rodillas y se me doblan las piernas?, -cuestioné al cielo. 
-Porque me tengo que adaptar a esta nueva realidad, sin luchar por dominarla, sino entregándome a ella, haciéndome su cómplice y amiga, -traté de convencerme. 







Perdida en estas cavilaciones llegué a uno de los centros que irradian varios caminos que se abren a lo largo y a lo ancho de la sala, con todas las estructuras sostenidas al techo por infinitas redes multicolores tejidas que se superponen, se entrecruzan y por momentos se reúnen conformando blandos esqueletos tubulares. En estas especies de intersecciones el tránsito era caótico. Señoras, señores, chicos y adolescentes iban y venían por las entrañas del Bicho agarrándose como podían de las paredes tejidas, haciendo equilibrio en los espacios más abiertos, e intentando descifrar de qué manera encarar la odisea de recorrer completo el site sin perder la dignidad en el intento. La doble mano improvisada de caminantes y las corridas de los más chicos, que estaban en su salsa, hacían que el bamboleo del armazón tejido se pareciera al de un velero en plena tormenta tropical, a la par que la solidaridad se manifestaba sin pudor: una mano amiga, aunque desconocida hasta ese momento, salvó a más de uno de la catástrofe de caer redondamente en plena avenida textil. Apoyando mi cuerpo contra una de las paredes para dar paso al aluvión de paseantes oscilantes, planifiqué mis próximos pasos a seguir, literalmente.










Viendo que en los sectores más alejados y panzones del Bicho, la gente aprovechaba para recostarse a descansar, me encaminé hacia uno de ellos y pude gozar de una merecida tregua en la dura lucha por sostenerme en pie. ¡Qué maravilla, que cambio! Tendido sobre el tejido mi cuerpo había recuperado casi por completo la estabilidad y mis piernas la paz del reposo. Los obsesivos zarandeos provocados por los paseantes que no se daban por vencidos, se habían transformado en suaves meneos que llegaban como olas tranquilas a la orilla de una bahía. En definitiva, el Bicho era ahora para mí una gigantesca hamaca colgante que me invitaba a disfrutar de un descanso bien merecido. Con las piernas estiradas y las manos detrás de la nuca, cerré los ojos y me dejé invadir por una creciente sensación de serenidad, tratando de no pensar que en algún momento tendría que retornar a tierra firme. Al fin entendía la verdadera esencia del Bicho, su razón de ser, su similitud con la vida misma, con la lucha, la locura, la inestabilidad, la paz, el descanso, la felicidad, el placer, y tantas miles de sensaciones y vivencias que transitamos y nos transitan todos los días de nuestra existencia. Al fin entendía que aprender a caminar también es aprender a transitar, lo bueno, lo malo, lo fácil, lo difícil y hasta lo aparentemente intransitable. Al fin entendía que animarse a caminar O Bicho SusPenso na PaisaGen era tan importante como animarse a caminar la vida misma.











Texto y Fotos: Andrea Castro. 

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