jueves, 29 de octubre de 2015

Encuentro en Port Lligat (Primera parte)

Salvador se despertó sobresaltado. Como todos los días tardó unos cuantos minutos en asegurarse que lo que lo rodeaba era el mundo real y no uno más de los múltiples sueños que poblaban tanto sus noches como sus días. La certeza absoluta provino, como siempre, de la espalda desnuda que reposaba a su lado. La besó con dulzura y suavidad para no despertar a su dueña y se levantó aún más despacio: Gala se levantaba de muy mal humor si no la dejaban dormir hasta pasadas las once de la mañana. Apenas despuntaba el alba cuando el pintor se asomó a la puerta de su casa y, como todos las mañanas, gritó a voz en cuello: “¡buenos días Cadaqués, por suerte todavía sigues aquí!” Descalzo, y apenas cubierto con una larga túnica blanca con sus iniciales bordadas en hilos de oro, se encaminó hacia la playa a paso firme.
Un tímido sol primaveral luchaba por vencer la densa neblina que, ya a esas horas, preanunciaba una jornada todavía fresca en la bahía de Port Lligat. Manuel y Jordi lo vieron llegar dando grandes zancadas, desnudarse por completo y acto seguido, arremeter contra las olas al grito de: “¡viva Cataluña, mi madre!” Acostumbrados a las excentricidades de su vecino, ambos pescadores se miraron riendo y continuaron reparando las redes que en unas pocas horas usarían en alta mar. “El maestro está cada día más loco” –dijo Manuel meneando la cabeza. “Pero es feliz” –le contestó Jordi mirando su red con un dejo de resignación.
-Mira como disfruta de la vida, el hombre es feliz llueva o truene –agregó.
-Claro si está forrado en duros para esta y la otra vida –le contestó Manuel sin ocultar su envidia. Nosotros nos pelamos las espaldas de sol a sol y aquí seguimos,  luchando con el mar y con los malditos peces desde que nacimos.
-Eres un bruto Manuel lo vida no se mejora solamente con dinero. Yo estoy seguro que Don Salvador se levantaría igual de contento aunque no tuviera un céntimo en sus bolsillos.
-¡Claro hombre, si está loco de remate! Qué sabrás tú que nunca has salido de este pueblo. Ese hombre ha viajado por el mundo, ha dormido en los mejores hoteles y seguro que se ha tirado a los mejores mujeres del mundo.
-¡Más respeto que la señora Gala es una dama, joder! Ella siempre se preocupa por nuestras familias y a mi mujer le ha regalado alguna que otra chuchería para que disfrute un poco de esta vida. Además siempre le pide al mar que no se ensañe con nosotros cuando desaparecemos por un par de días.
-Ya lo sé Jordi, la señora es un ángel, yo no hablaba de ella, sino del demonio de su marido, bien que la habrá hecho cornuda ese desgraciado.
-¡Cuidado Manuel, le envidia te está envenenando la sangre! Vamos, ayúdame a extender estas redes de una buena vez.

Bahía de Cadaqués




En eso estaban cuando de pronto se les apareció Dalí, como Dios lo trajo al mundo, chorreando agua por todos los costados  y con sus bigotes increíblemente perfectos.
-¡Por Dios maestro, esos bigotes no se rinden ni ante las olas del Mediterráneo! –le dijo Jordi muestro de risa.
-Ya están acostumbrados, mi amigo. Además saben que al Gran Dalí no hay manera de contradecirlo. Yo los quiero así y ellos siempre deben estar así. Mis bigotes me respetan más que esos críticos de pacotilla que solo pretenden encontrar maravillas técnicas y bobadas sentimentalistas en mis obras. ¡Nunca van a comprender la verdadera esencia del Surrealismo!
Manuel, visiblemente perturbado por la libertad con que el maestro se mostraba a quien quisiera verlo, apuró las cosas cortando la charla abruptamente con un contundente: “¡hala, hala hermano, que la mañana se va volando y los peces no se meten solos en las redes!”
-Mis disculpas estimado Manuel, yo aquí hablando pavadas cuando ustedes tienen que   ganarse el sustento –le respondió Dalí con un profundo dejo de ironía. Continúen ustedes con sus quehaceres, yo mientras tanto me sentaré un momento en la arena a disfrutar dl sol y a maldecir a ese patán de Francisco de Goya que me está sacando canas verdes.
-Eres un ignorante y un irrespetuoso –le dijo Jordi a su hermano mientras se alejaban rumbo al mar. Nunca tendrás la oportunidad de hablar con un genio de la pintura como él. Es un milagro que el maestro haya elegido vivir en este pueblo y que nos trate a todos como si nos conociera de toda la vida –continuó rojo de furia. En vez de perder el tiempo hablando sandeces con esos vagos amigotes que tienes en el bar, podrías intentar aprender algo de la sabiduría que emana de ese hombre.   
-¡Sabiduría mis cojones! Tu admirado maestro está más chiflado que una cabra y lo sabes bien.
-Loco o no loco, es la persona más generosa, honesta y amable que me he cruzado en esta vida. Don Salvador no se molesta por nuestro eterno olor a pescado, entiende lo duro del trabajo que realizamos, y más de una vez me ha ofrecido retratarnos  para que el mundo conozca lo corajuda y, según él, maravillosa vida que llevamos enfrentándonos al mar día tras día.
-Ese tío a mi no me pinta de muerto, no le voy a dar el gusto de seguir llenándose los bolsillos de dinero gracias a mi curtida cara. Míralo, es un payaso.
Jordi levantó la vista, y desde la orilla divisó la figura del pintor que saltaba como un niño  disfrutando de las suaves caricias de los rayos del sol sobre su cuerpo. Antes de internarse en el mar siguiendo a Manuel, que ya estaba desplegando una de las enormes redes, logró ver como Salvador interrumpía su baile en forma abrupta para ponerse a ¿conversar? con el aire que lo rodeaba. “Quizás sea verdad que está demente, pero yo lo prefiero por sobre todos los malditos cuerdos que viven en este pueblo”, pensó Jordi mientras sorteaba la rompiente.






Dalí dejó de danzar ni bien se percató que se acercaba hacia él un señor regordete que parecía haber salido de la nada misma. Lucía demasiado abrigado para el comienzo de la primavera y algo fuera de época con respecto a su vestimenta, notó el pintor al instante. Las ajustadas calzas de terciopelo, la camisa blanca impoluta, el chaleco y el enorme chaquetón de tela de tapicería, se complementaban con un corbatón a la régate y una elegante galera negra. El detalle final lo imponía un finísimo bastón de madera de ébano con una importante empuñadura de plata donde lucían grabadas y entrelazadas una F y una G.
-¡Por las barbas de Satanás, otra vez me quedé dormido en pleno baile! ¿O habré entrado en trance? Tal vez esté muerto, ¿quién lo sabe?
Salvador clavó sus largas uñas en uno de sus antebrazos, como solía hacerlo cada vez que intentaba dilucidar si lo que le estaba ocurriendo era real, imaginario, onírico o alucinatorio. Así era su día a día, una eterna montaña rusa de sensaciones y percepciones varias que lo asaltaban a toda hora y en todo momento. El dolor que sintió, y las gotas de sangre que se estrellaron en la arena, lo hicieron optar esta vez por realidad y pleno estado de vigilia. Se acercó lentamente al adusto caballero y mirándolo de soslayo lo increpó con autoridad: hombre, ¿de qué periódico te envían? Debo reconocer que el disfraz está muy bien logrado. ¿Dónde están los fotógrafos? ¿Cómo se enteraron que estoy trabajando con los grabados de Goya? Solo Gala y el Gran Dalí lo saben”.
-En primer lugar –dijo el caballero sacudiendo su bastón en el aire- cúbrase las partes nobles que esto no es un burdel. Luego, con todo gusto responderé a todos esos extraños requerimientos que han salido de su boca y que todavía no logro entender muy bien.





Refunfuñando, Salvador se puso la larga camisola bordada con sus iniciales, se acomodó el bigote, y finalmente se sentó en la arena con las piernas cruzadas, invitando a su extraño visitante a acompañarlo. Sin moverse de su sitio, el caballero prosiguió con su alocución, quitándose la galera y acompañando sus palabras con una leve inclinación de cabeza. “En segundo lugar me presento: Don Francisco de Goya y Lucientes, el mejor pintor de España, para servirle”.
Al escuchar esto, Dalí prorrumpió en una sonora carcajada que le sacudió todo el cuerpo; todavía entre risas articuló: “mi querido caballero, el mejor pintor de España soy yo: Don Salvador, Domingo, Felipe, Jacinto, Dalí i Doménech. Usted es solo un fantasma…sordo, para más datos.
-¡Sordo, su abuela! La muerte lo cura todo, ese es el gran secreto que ignoran los miserables que todavía están vivos.
-¡Maravilloso! Cuénteme más, ¿cómo es todo por allá? Nunca me convencieron esas insulsas imágenes que muestran angelitos regordetes, tocando el arpa y montados como gilipollas   encima de las nubes. Siempre imaginé el más allá mucho más mundano y terrenal de lo que los humanos se han fabricado en sus cabezas a lo largo de los siglos para darle algún sentido a la muerte.
-Debo reconocer, a pesar que como artista usted me parece deplorable, que muchos de los mundos que uno puede recorrer a lo largo de la vida eterna, tienen grandes similitudes con varias de sus obras. Son reales, pero a la vez no lo son; nos resultan conocidos, pero a la vez no tienen sentido; y lo más importante es que se nos presentan tan familiares porque durante nuestra vida los hemos soñado casi todas las noches.
-Venga hombre, que ya sabía yo que mis cuadros en realidad eran recuerdos del futuro. Ojalá el día que me muera me vaya derechito a un paraíso repleto de relojes blandos, rinocerontes y bellas mujeres comandadas por mi inseparable Gala.


La persistencia de la memoria (1931) -  MOMA

-Para eso falta algún tiempo Salvador, aunque podría negociarle unos cuántos años más si desiste de la absurda idea de reeditar mis grabados bajo las reglas de sus espantosos métodos estéticos.
-¡Me importa un cuerno si me muero mañana mismo, nadie le impone al Gran Dalí, lo que puede pintar y lo que no! ¡Le advierto Goya,  si sigue hablando del Surrealismo y de mi método paranoico crítico en esos términos, le voy a dar tantas patadas en su fantasmal culo que va a recuperar la sordera en menos de lo que canta un gallo! –gritó Salvador enfurecido.
-Tranquilo hombre, tranquilo, que yo vine aquí a negociar y no a armar un zafarrancho a escala cósmica. Los asuntos en el más allá se manejan de una manera harto diplomática, la violencia no existe en los dominios de la muerte. Todo se negocia hasta el más mínimo detalle y, cuando ya no queda nada más por intentar, se dejan fluir los acontecimientos. Así lo que debe ser, se deja ser, sin resentimientos y con mutuo acuerdo de todas las partes involucradas.
-Me gusta sobremanera este jueguito que usted me propone, amigo Francisco –terció Salvador un poco más tranquilo. ¡Hala, póngase usted más cómodo y que empiecen las negociaciones!...(Continúa en Segunda Parte)

 Texto: Andrea Castro. 



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