Kasimir
miró la calle a través de la ventana de su estudio por décima vez, era evidente
que esa tarde nada saldría de sus pinceles. Se levantó del banco refunfuñando,
se puso su pesado abrigo y su gorro de piel de conejo, y enfrentó el helado
viento del invierno moscovita. Mientras cruzaba la Plaza Roja, distraído por el
crujiente sonido de la nieve bajo sus pies, un pensamiento nubló sus sentidos:
por la hora era más que seguro que en el
bar se encontraría con Boris. Se paró en medio de la plaza y meditó por unos
minutos cuál sería el destino final de sus pasos. Sabía que aunque quisiera
evitarlo, terminaría discutiendo con su amigo sobre sus pinturas. No había manera de hacerle entender
a ese campesino bruto, devenido en funcionario del Soviet gracias a la
Revolución, todo lo que significaba el arte abstracto. Pensó en volver a su
estudio pero sabía con certeza que cuando las musas se olvidan de bajar al
mundo de los mortales, lo hacen sin miramientos, sea uno Da Vinci, Picasso o
Kasimir Malevich. El frío y las ganas de
sentir un buen trago de vodka recorriendo su garganta apuraron su decisión.
Siguió su camino hacia el bar de Iván Tolstoi mientras se juraba a sí mismo que
no iba a hablar con Boris de otra cosa que no fuera del estado del clima y de
lo mal que la pasan los presos en Siberia.
Ya
estaba por abandonar la plaza cuando de pronto un tímido rayo de sol, quebró la
densa capa de nubes grises e iluminó magistralmente las enormes y coloridas
cúpulas acebolladas de la Basílica de San Basilio. La visión era sublime, arte
y naturaleza unidas en un mismo instante efímero y fugaz. Por un momento
Kasimir sintió el impacto de esa clara imagen figurativa que bien valía la pena
reproducir en un lienzo, Recordó sus primeras obras de inspiración
impresionista y con asombro se oyó decir: “quizás Boris tenga algo de razón”. Al
segundo, su boca se abrió para dejar escapar un rotundo: “niet”. Su grito
asustó a las pocas palomas que todavía se animaban a deambular por la plaza a
pesar de las bajas temperaturas. Al escapar volando en dirección a
la Basílica, las aves se sumaron a la postal que ahora lucía como un cuadro perfecto.
Kasimir suspiró y, dispuesto a mantener su juramento, enfiló hacia el bar.
Catedral de San Basilio |
El café-bar Tolstoi era uno de los más pintorescos de la ciudad. Ubicado a mitad de una calle no muy transitada, su calidez se hacía notar desde la misma puerta de entrada. Su frente de ladrillos a la vista, sus pequeñas ventanas de vidrios repartidos y la abundancia de madera en su decoración, lo posicionaban como un pedacito ideal del campo en la ciudad. El ambiente folklórico se potenciaba en su interior gracias a la gran barra armada sobre toneles, el kachelofen que repartía generosamente su calor desde una esquina del amplio salón, y a las antiguas lámparas de petróleo que astutamente Iván había adaptado a la corriente eléctrica. Botellas de vodka de todos los colores y calidades, balalaikas, cacharros de latón, matrioskas, y una enorme colección de vajilla de madera pintada y dorada de estilo Jojlóna, completaban la decoración junto a los dos tesoros de Iván: dos cuadros que se lucían detrás de la caja, enmarcados en finos marcos dorados. El más grande era un retrato del escritor León Tolstoi. El otro, un poco más pequeño, contenía una página manuscrita con una prolija y elegante caligrafía realizada en tinta negra, que finalizaba con una especie de firma resumida en dos letras mayúsculas: L.T. Iván juraba por todos los santos a quien quisiera escucharlo que era hijo ilegítimo del gran escritor ruso. Su historia se había transformado ya en una leyenda urbana que circulaba por todo Moscú. Los clientes, y todo aquél que escuchaba la versión de Iván por primea vez, sacaban cuentas, preguntaban detalles escabrosos y hasta comparaban la fisonomía del joven muchacho con la del escritor. Los más atrevidos le hacían escribir algo para evaluar las similitudes entre la letra y el estilo literario de ambos, y los expertos académicos intentaban hacerle “pisar el palito” con cuestionamientos tramposos y hasta falsos. Nadie pudo hacerlo desdecirse, ni contradecirse jamás, por lo que todos terminaron concluyendo que, o el muchacho se había convertido en un experto en Tolstoi para sostener su mentira, o era absolutamente cierto que su persona era el fruto de una fogosa relación que su joven madre Katerina había mantenido con León durante una estadía en su finca Yasnaya Polyana. Según Iván, una vez que su progenitora le comunicó la buena nueva a Tolstoi, éste decidió subirla en el primer tren a Moscú con el dinero suficiente para que montara un negocio propio, y los dos tesoros enmarcados que le recordarían por siempre a su hijo, quién era su verdadero padre. Así nació el café-bar Tolstoi y la leyenda que perfectamente hubiera podido haberse confirmado o no preguntándole su veracidad a Katerina, ya que la ahora señora Romanisky atendía el establecimiento junto a su hijo y a su actual marido. Lamentablemente ninguno de los rudos campesinos y soldados de la revolución, que empuñaban armas y azadas como si fueran simples cuchillos y tenedores, se animaban a interrogar a esa dulce mujer que servía a todos muy amablemente y siempre con una sonrisa en los labios.
León Tolstoi |
-¡Dobry
den, querido amigo! -vociferó Boris a su espalda.
-Dios
bendito, la pesadilla ha comenzado- pensó Kasimir antes de darse vuelta para
devolverle el saludo a su amigo.
Por
suerte, el robusto funcionario accedió a sentarse en la mesa comunitaria y se
sumó a la conversación con el contador. El pintor intentó continuar
desarrollando la charla con naturalidad y hasta logró que se sumara a ella un
guarda de la Estación Central de trenes de Moscú, que tomaba un té bautizado
con su correspondiente medida de vodka. Pero todo fue inútil. La desgracia se desató
con el tercer trago que apuró Boris antes de decir: “¿saben qué mi amigo es
pintor?”. El interés que rápidamente demostraron ambos compañeros de mesa,
llevó la charla indefectiblemente hacia el tema que Kasimir se había jurado
evitar por todos los medios.
-¿No
me diga qué usted es uno de los encargados de idear los afiches oficiales? -preguntó
muy interesado el contador.
-No,
no, yo dirijo uno de los Estudios de los Talleres Libres del Estado.
-Pero
también pinta en su estudio, señores -intervino Boris.
-¿Hace
retratos? -quiso saber el guarda.
-No, yo me dedico a la abstracción -contestó lacónicamente Kasimir para no tener que
entrar en detalles.
-No
seas modesto, camarada. El fundó el Supramitismo, contales, contales.
-¡El
Suprematismo, Boris! No creo que a los señores les interese escucharme hablar
de teoría del arte a estas horas de la noche. Mejor pidamos otra ronda de
tragos.
-Con
los tragos no hay ningún problema, pero yo quiero que les expliques a estos
camaradas, cómo hacés para pintar esos chirimbolitos.
-¡¿Chirimbo
qué?! –tronó Malevich, rojo de furia.
-Por
Stalin, no te enojes tanto. Hablo de esos cuadraditos, círculos y líneas que
acomodás en los papeles.
-¡Lienzos,
campesino bruto!
Blue Triangle and Black Rectangle (1915) |
Composición suprematista (1916) |
Sin
esperar que Katerina trajera la nueva ronda de tragos, el pintor se levantó
bruscamente para irse, antes de que la presión arterial le subiera a valores no
aptos para la vida humana. Sin embargo, una observación del contador lo volvió
velozmente a su sitio.
-¿No
me diga que usted es el autor de ese gran cuadrado negro? Lo vi hace unos años
en la Exposición Futurista de Petrogrado y me quedé pasmado. Era la nada, pero
a la vez era el todo.
A
Malevich casi se le desencaja la mandíbula de tanto que abrió la boca, no podía
creer lo que estaba escuchando. Disimulando un poco su turbación le preguntó al
contador: “camarada, ¿cuál era su nombre?”
-Dimitri,
maestro.
-¡Por
favor, no me llame maestro camarada! Le confieso que cuando pinté esa obra
sentí que estaba emprendiendo una nueva búsqueda de Dios. Para mí es algo así
como el símbolo de una nueva religión.
Dimitri, profundamente conmovido, estaba a punto de articular una nueva reflexión al respecto cuando Boris lo
interrumpió a los gritos.
-¡Por
las barbas de Rasputín, ahora te has convertido también en un blasfemo! Si
estuviera vivo el zar ya te estaría deportando a Siberia.
-Boris,
te lo pido por el futuro de tus hijos, no hables de cosas que no comprendes.
Esto no tiene nada que ver ni con el zar, ni con Rasputín, ni con el mismísimo
Stalin. Todos los artistas de Europa están buscando una nueva forma de
expresión que represente la compleja realidad del mundo que este nuevo siglo ha
traído consigo. Tú y Dimitri han luchado con sus armas en esta revolución
social por una nueva Rusia, yo lucho con mis pinceles en esta revolución
cultural por una nueva supremacía del sentimiento puro en el arte.
-Tus
palabras son hermosas camarada, pero tus pinturas son muy complicadas para mi
cabeza de campesino bruto -dijo Boris con los ojos anegados en llanto. Era
evidente que la altísima gradación alcohólica del vodka de Iván ya estaba
haciendo su debido efecto en él.
-Su
amigo tiene algo de razón -terció Dimitri- yo a este tipo de obras tampoco
podría decir que las entiendo, más bien, las siento.
-Eso
es porque los elementos geométricos más profundos revelan la esencia del mundo,
querido amigo.
-Perdón
que los interrumpa –dijo tímidamente el guarda, que hasta el momento había
mantenido un respetuoso silencio- yo mucho de arte no entiendo pero, ¿acaso
usted tiene algo que ver con ese tal Picasso?
Boris
lanzó una sonora carcajada olvidándose de pronto de su anterior súbita
tristeza.
–Empiece
a correr señor mío, usted acaba de nombrarle a mi amigo al demonio en persona.
-No
es para tanto –se apuró a decir Malevich, ante la palidez que invadió el rostro
del guarda-. La realidad es que yo he superado ampliamente a todos esos
charlatanes cubistas. Ellos jugaron un rato con la abstracción pero nunca se
animaron a desprenderse totalmente de los objetos. Yo, en cambio, he logrado
darles la espalda y reducir toda expresión a cero.
-¿Con
el cuadrado negro?, -preguntó intrigado Dimitri.
-No,
con una nueva obra que acabo de terminar la semana pasada: “Cuadrado blanco sobre
fondo blanco”.
-¡Qué
nueva locura es esa Kasimir!, vas a terminar muriéndote de hambre y de frío en
Siberia cuando el Departamento de Arte de los Soldados del Soviet descubra en
qué estás gastando su dinero.
-Ninguna
locura Boris, y permíteme que te diga
que estás obsesionado con Siberia camarada. Paso a explicarme: esta nueva obra
es mi máxima visión espiritual del arte.
-Discúlpeme
usted camarada pero no se puede pintar algo blanco sobre un fondo blanco, me
parece una tarea imposible –replicó Dimitri. Además, si no se ofende, bastante
inútil, ya que todo se vería igualmente blanco.
-¿Usted
qué opina? –le preguntó Kasimir al guarda.
-¿Sinceramente?,
que le ha caído muy mal el vodka y que está delirando de borracho.
-Yo
sigo sin entender absolutamente nada –contestó Boris rascándose la cabeza
preocupado.
-
¡A ver señores, terminemos con este asunto de una buena vez! Para sentir hay
que ver, asique los invito a los tres a mi estudio para que contemplen el
cuadro y se les aclaren un poco las ideas.
-¿A
esta hora?
-¿Y
con este frío?
-¡Mi
mujer me hecha a la calle si llego del bar pasadas las nueve y media!
-¡Vamos
señores, aquí no hay hora, frío o esposa que valgan! Todo sea porque empiecen a
entender un poco de que se trata esto del arte moderno. Además no querrán
quedar como unos ignorantes cuando todo el estado soviético esté publicitando y
hablando sobre nuestra revolución cultural.
Por
curiosidad, pero también por miedo a perder sus puestos de trabajo por no saber
entender la nueva doctrina artística revolucionaria, los tres hombres se enfundaron en sus
respectivos abrigos dispuestos a enfrentar la gélida noche acompañando al
pintor hasta su estudio.
Luego
de encender las luces y de avivar el fuego del antiguo kachelofen, Kasimir
descubrió el lienzo que todavía se encontraba montado sobre el caballete en un
rincón del amplio estudio. El guarda fue el primero en acercarse a la tela. Lo
hizo lentamente, como temiendo aproximarse demasiado. Observó la obra con
detenimiento y luego se sentó pensativo en una de las sillas que
desordenadamente ocupaban la habitación. Boris prefirió acomodarse en el gran
sillón cercano a la estufa y desde allí ver que ocurría, a la espera de una
explicación reveladora. Dimitri fue el
más osado de los tres. Observó el lienzo desde diferentes ángulos y distancias,
y hasta se atrevió a deslizar sus dedos por sobre la pintura. Luego de un largo
rato de idas y venidas en derredor del caballete, por fin exclamó: “¡es
sublime!”. Malevich, desconfiando un poco de tanta efusividad, le preguntó
astutamente: “¿qué le parece la sutileza en el cambio de la textura?”.
Cuadrado negro (1913) |
Exposición Futurista de Petrogrado (1915) |
Cuadrado blanco sobre fondo blanco (1918) |
-¡Ah,
no me había dado cuenta, usted disculpará mi falta de instrucción técnica! Es
por eso que se ven ambos cuadrados tan claramente, aunque a la vez luzcan como
formando parte de una misma estructura blanca y etérea.
-
Exactamente camarada Dimitri. Pero ahora dígame qué siente al observar la obra,
eso es lo que más me interesa.
El
contador dudó un momento, examinó sus pensamientos, y se dio cuenta que no se
atrevía a expresarse abiertamente frente al pintor.
-No
sé, maestro, no quisiera decir algo incorrecto que pudiera ofenderlo.
-¡Vamos
Dimitri! -se impacientó Kasimir- olvídese de mí, sumérjase en la pintura y
déjese llevar. Y ya le dije que no me llame maestro, esas pavadas son exclusividad de mis egocéntricos
colegas parisinos.
Dimitri
respiró profundamente, fijó sus clarísimos ojos celestes en la tela, y por fin…
habló.
-Veo
un gran vacío, pero no siento angustia porque en él no hay ausencias, todo lo
contrario, está lleno de todo lo que somos, de todo lo que fuimos y de todo lo
que seremos. Siento que en el fondo de este lienzo se esconde el misterio del
universo.
-Ahora
lo veo claro y no podría estar más de acuerdo –intervino repentinamente el
guarda, parándose de su asiento con una expresión de asombro en su rostro- es
algo así el infinito, como una especie de paraíso espiritual, ¿verdad?
Malevich
tuvo que sostenerse del borde de la mesa para no caerse redondo al piso. Nunca
imaginó que dos hombres comunes y corrientes y sin ninguna instrucción plástica,
pudieran interpretar su arte con ese nivel de poesía y sentimiento. ¡Esto era
justamente lo que necesitaba para reafirmar que su Teoría Suprematista iba por
buen camino! Estaba harto de escuchar las largas peroratas de esos críticos
pedantes que no se habían enfrentado a un caballete en su vida. Y más todavía
de los teóricos del régimen que lo único que querían era congraciarse con los
altos funcionarios del estado transformando toda expresión artística en
propaganda partidaria. Ahora podía ver con claridad que sus ideas tenían
sentido y que “todas las formas de arte se debían basar en el Suprematismo para
integrarse a un arte universal. El Suprematismo sería un sistema completo de
creación del mundo”.
-¿Señor
Malevich, se siente usted bien? –le preguntó el guarda al ver que el pintor se
había quedado como suspendido en otro mundo.
-
Sí, sí, camaradas –reaccionó Kasimir- es que sus palabras me han emocionado
profundamente. Siempre sostuve que los elementos geométricos más profundos
revelan la esencia del mundo, y esta noche ustedes me han probado que no estaba
equivocado.
-Para
mí también ha sido una experiencia
reveladora -dijo el guarda. Creo que a partir de hoy voy a comenzar a
interesarme más en estas cuestiones del arte.
-¡En
buena hora camarada! Yo por mi parte creo que todos nos merecemos un brindis,
asique los voy a obsequiar con una generosa copa de este vodka añejo del siglo
pasado. Cuesta una fortuna, pero el momento lo merece.
-Un
momento –intervino Dimitri- Boris todavía no nos ha dicho que opina del cuadro.
Tan
enfrascados estaban los tres hombres en sus reflexiones que se habían olvidado
completamente del campesino. Ante las palabras del contador, instintivamente se
dieron vuelta buscando su respuesta. Pero lamentablemente no la encontraron, ya
que el ruso hacía rato que dormía su borrachera totalmente despatarrado en el
cómodo sillón de su amigo. El guarda y el contador miraron a Kasimir sintiendo
una especie de vergüenza ajena por la actitud de Boris, y buscando su
compasión.
-No
se hagan problema, ya tengo asumido que Boris es un caso perdido. Pero le tengo
tanto cariño que seguiré intentando que su cabeza y, sobre todo su alma, puedan
llegar a comprender aunque sea un poquito de todo lo que guarda el maravilloso
mundo del arte. Esta noche lo he logrado con ustedes y me siento feliz por
ello. ¡Salud señores, por el Suprematismo, por Rusia y por Boris!
Las primeras obras pictóricas
de Kasimir Malevich respondieron a las influencias de muchas de las vanguardias
artísticas que por aquellos primeros años del siglo XX estaban sacudiendo el
mundo del arte. Sin embargo, y como resultado de una compleja evolución de su
arte, en 1915 presentó una exposición de obras abstractas no objetivas cuyo
nuevo lenguaje bautizó como Suprematismo.
La obra más significativa de toda la muestra fue “Cuadrado negro” (1913), cuadro
al cual el propio autor titulaba también como “El nuevo Icono de nuestro tiempo”.
En las fotografías de la época se observa que la obra solía exponerse en una de
las esquinas del espacio expositiva,
justo donde en los tradicionales hogares rusos suelen colocarse las
imágenes religiosas.
Con “Cuadrado blanco sobre fondo blanco” (1918) Malevich culmina el proceso de búsqueda de un nuevo lenguaje
casi religioso. Esta pintura blanca de formato cuadrado, prácticamente sin
contrastes, y en cuyo interior deja percibir vagamente una forma también cuadrada y
ligeramente inclinada sin ninguna referencia espacial, es de una simplicidad
tal que en ocasiones se ha dicho que representa el asesinato de la pintura. A
pesar de que la huella de su mano está visible en la textura de la obra y en
las sutiles variaciones de los tonos blancos, es como si Malevich desnudara al
arte de toda su sensualidad y disolviera su contenido formal hacia una especie
de estado cero de la pintura. “Cuadrado
blanco sobre fondo blanco” es un espacio conceptual y de reflexión, un
instrumento para relacionarse con el misterio del universo, más allá de los
límites de la razón. En la obra suprematista de Malevich hay una dimensión cósmica y la búsqueda de una nueva
verdad espiritual.
“Cuadrado negro” pertenece a la colección
permanente de la Galería Estatal Tretiakov, ubicada en la ciudad de Moscú. “Cuadrado
blanco sobre fondo blanco”, en cambio, forma parte de la colección permanente
del MOMA de New York.
Texto: Andrea Castro.
Fuente de consulta: Descubrir las vanguardias, Alianza Editores.
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