Yo
no soy Cristóbal Colón y nunca podría haberlo sido. Por mis venas no corre
sangre y mis músculos no están hechos de carne sino de piedra. No nací del
vientre de una mujer como todos los seres humanos. Yo nací de las manos de un
hombre. Mi padre me dio la vida dejando parte de la suya en cada golpe de
martillo y cincel. Meditó cada uno de los detalles de mi persona, se preocupó
por mis ropas, por la posición de mis manos, y por la expresión de mi rostro.
Debo admitir que dudó un poco antes de regalarme ese ceño fruncido que a mí,
particularmente, no me gusta para nada. Pero él pensó con razón que esa expresión era lógica en alguien que
había navegado tanto sobre ese inmenso mar de incertidumbres. Todavía lo
recuerdo, encaramado sobre mí, dándome los últimos retoques y lagrimeando
porque tenía que dejarme solo en lo alto del pedestal. ¡Qué vista privilegiada
que tuve desde allá arriba todos estos años! Me sentía un rey mientras
disfrutaba del cielo, del río y de casi todo Buenos Aires. Los homenajes, las coronas
de flores depositadas a mis pies, y las bandadas de niños que me miraban
curiosamente desde abajo, fueron moneda corriente a lo largo de aquellos
tiempos. Todos los que se acercaron a admirarme me acompañaron en aquella,
supuestamente, interminable alternancia entre la vorágine ciudadana semanal y
la calma chicha dominguera. Digo supuestamente porque un buen día todo empezó a
cambiar, algunos dirán que para mejor: me gustaría verlos en mis zapatos.
Primero me enrejaron, alejándome de los niños y de todos los porteños en general; después dejaron de limpiarme y de cuidar la plaza que también lleva mi nombre; luego me rodearon de obras y usaron mis alrededores como depósito de materiales, grúas y empalizadas; y, finalmente, sin siquiera consultarme, vinieron por mí. Desguazaron salvajemente a mis compañeros, desarmaron mi pedestal, y después de atarme de pies y manos, además de amordazarme, me tendieron vilmente en una tumba abierta y sin lápida durante casi dos años. Yací boca arriba, preso en mi fantasmal sepulcro y sin poder ver a mi amada Buenos Aires, mudo de espanto y de dolor. En esos eternos días, el sol calcinó mis frías formas calcáreas, y la lluvia repiqueteó amenazante sobre mi rostro y mis ropas. Juro que sentí crujir a mis entrañas y agrietarse a mi alma de piedra, pero por más que quise no pude ponerme de pie. ¡”Ay padre, porqué no me hiciste de carne y hueso”!, clamé en silencio durante días enteros, solo y abandonado.
Primero me enrejaron, alejándome de los niños y de todos los porteños en general; después dejaron de limpiarme y de cuidar la plaza que también lleva mi nombre; luego me rodearon de obras y usaron mis alrededores como depósito de materiales, grúas y empalizadas; y, finalmente, sin siquiera consultarme, vinieron por mí. Desguazaron salvajemente a mis compañeros, desarmaron mi pedestal, y después de atarme de pies y manos, además de amordazarme, me tendieron vilmente en una tumba abierta y sin lápida durante casi dos años. Yací boca arriba, preso en mi fantasmal sepulcro y sin poder ver a mi amada Buenos Aires, mudo de espanto y de dolor. En esos eternos días, el sol calcinó mis frías formas calcáreas, y la lluvia repiqueteó amenazante sobre mi rostro y mis ropas. Juro que sentí crujir a mis entrañas y agrietarse a mi alma de piedra, pero por más que quise no pude ponerme de pie. ¡”Ay padre, porqué no me hiciste de carne y hueso”!, clamé en silencio durante días enteros, solo y abandonado.
Solo,
sin mi padre y sin mis hermanos, me fui de mi antigua casa. Solo llegué a este
nuevo lugar y solo esperaré por mi nuevo destino. Solo, como mi alter ego de
carne y hueso, el Almirante cuyo único pecado fue descubrir un nuevo
continente.
El monumento a Cristóbal Colón, tallado por Arnaldo Zocchi, fue
inaugurado en el año 1921. Está realizado en mármol de Carrara, pesa 623 toneladas y su construcción fue
impulsada por el próspero inmigrante italiano Antonio Devoto. La obra fue
un obsequio de la colectividad italiana
a nuestra Nación por el Centenario de la Revolución de Mayo. La totalidad del
monumento de 26 metros de altura (solo la estatua de Colón mide 6 metros) fue
ejecutada en Italia. Llegó a Buenos Aires desarmado y el propio Zocchi se
encargó de dirigir su montaje. En su base los diversos grupos escultóricos,
inspirados en la Medea de Sófocles, representan a la Ciencia, al Genio, al
Océano y a la Civilización. También hay imágenes relacionadas con la vida de
Colón y alegorías que remiten a la Fe y al Porvenir.
Texto: Andrea Castro.
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