martes, 27 de septiembre de 2016

La influencia de una misma época en dos mujeres muy diferentes.





Mi colaboración escrita desde el punto de vista histórico se suma a esta cruzada: el CMT y TERCIOPELO, revista online, no descansan en la lucha para acabar con la "dama antigua" y las falsedades históricas en la vestimenta. Por eso nuestra nueva edición está dedicada a la época y moda IMPERIO (1804 - 1820). Aunque ya hayan pasado los Bicentenarios, hasta que no haya ninguna nena más en actos escolares disfrazada de falso histórico.
Pasen y lean las notas completas en: 


domingo, 18 de septiembre de 2016

Jugar, experimentar, emocionarse y pensar. Yoko Ono Dream Come True.

Dream Come True, la muestra  de Yoko Ono que por estos días se puede ver en el MALBA es inclasificable desde un punto de vista estrictamente artístico. No se puede decir que es una exhibición cabal de arte conceptual, ni de video arte y, mucho menos, un work in progress. Cualquiera sea el rótulo que se le intente poner suena escaso o poco integrador. Yoko, en realidad, nos está mostrando una utopía, nos está invitando a sumergirnos en un universo deseado, soñado y, de tan utópico, casi irreal e inconsciente. Por esto mismo, su propuesta es eminentemente lúdica y participativa: solamente a través del juego alguien puede llegar a calar tan hondo en nuestro corazón  sin destrozarnos en el intento. Como quien no quiere la cosa, Yoko nos va llevando por un camino que transitamos guiados por esas inmensas consignas escritas en negrita sobre las blancas paredes del MALBA. “Respirá”, “sacate los zapatos y dejá que tus pies se conecten con la tierra”, “escuchá tu respiración y la de los demás”, “prendé un fósforo y miralo hasta que se consuma”. A primera vista, es necesario decirlo, las frases suenan muy a autoayuda envasada, esa que ya estamos todos hartos de consumir y, hoy por hoy, engaña a quien todavía necesita dejarse engañar. Sin embargo, muy cerquita de la entrada a la sala, la imagen fija en video de un John Lennon que nos mira con una dulzura infinita, pero a la vez inquisidoramente, nos hace sentir de un solo golpe que Yoko nos quiere decir algo muy en serio. Como si se tratara de un haiku, poco a poco, vamos comenzando a leer entre líneas, y el juego individual y colectivo que se plantea bidireccionalmente entre la artista y los asistentes (potenciado en esta época de selfies y redes sociales al rojo vivo), empieza a hacernos reflexionar en profundidad. 


Foto: cortesía MALBA


Uno de los primeros textos comienza así: “Mami, lo siento. Sin ti yo no estaría aquí. Nosotros no estaríamos aquí. Y aún así tu vida, tus lágrimas, tu risa, se han convertido en un recuerdo”. Hay que ser de piedra para no emocionarse y detenerse aunque sea un minuto a pensar, o a recordar, a esa mujer que nos dio la vida y nos ayudó a crecer desde su vientre o desde su corazón, porque una madre no se define solamente desde lo puramente biológico: hay maestras, hermanas, amigas o abuelas que, a veces, son más madres que la mujer que nos parió. Casi nadie resiste la tentación de dejar un mensaje escrito en el gran pizarrón que corona este primer espacio de la exposición. Y queda claro que, a pesar de que el mensaje escrito es efímero y anónimo en el contexto del museo, no lo será para nuestros más profundos sentimientos, recuerdos y pensamientos. 






Biológicamente hablando una madre, de cualquier especie, es el principio de la vida, como también lo son el agua y la tierra, dos temas que Yoko también aborda en esta muestra. Ambos elementos son mostrados de manera conceptual, el primero a través del Evento Agua, realizado en colaboración con otros artistas, y el segundo por medio de mapas. Es sumamente interesante ver lo que ocurre entre la gente y esa representación tan abstracta de nuestro querido planeta, ya que los mapas están pegados estáticamente contra la pared y somos nosotros los que debemos darles un sentido a través de un sello que  simple y sencillamente dice: imagina la paz. Es apasionante detenerse a ver en qué países y/o contenientes se han estampado la mayor cantidad de sellos, y analizar las diferentes actitudes que toman los visitantes ante la propuesta.
 -¿Dónde está Europa que no la veo?- pregunta un adolescente enfrentado a los mapas y con el sello en la mano. 
-Boludo, ponéselo a la Argentina- le contesta su acompañante de más o menos la misma edad. 
-No, hoy lo necesita Francia- responde decididamente el primero. 
Obviamente Argentina se lleva las palmas en cuanto a cantidad de sellos, pero Francia casi ni se ve, tapada por tanta tinta superpuesta, al igual que algunas zonas de Oriente Medio. África llama la atención por la escasa cantidad de frases, al igual que  ciertas regiones de Asia. Sea como sea todos quieren expresarse, y es curioso ver que, debido a la gran cantidad de gente y a que sólo hay dos sellos circulando, muchos deciden imprimir su propia huella digital embebida previamente en la tinta negra, o dibujar corazones y caritas felices. El dejar sobre una parte específica de la Tierra una huella digital puede tomarse  casi como una declaración de principios y como una manera de participar eminentemente personalizada que atenúa, aunque sea indirectamente, el anonimato de las miles de personas que pasarán por aquí mientras dure la muestra. 





Continuando con estas pequeñas acciones para intentar arreglar el mundo que nos propone Yoko, nos encontramos luego de los mapas con dos enormes mesas repletas de piezas de vajilla destrozadas, hilo sisal y cinta de embalar. Nuevamente la consigna desde la pared, que a esta altura uno ya puede “oír” como si fuera la propia voz de Yoko,  es clara: “repara con cuidado. Mientras lo haces, piensa en reparar el mundo”. Y a ti mismo, agregaría yo. ¿Cuántas veces nos hemos sentido iguales a estos cacharros rotos en mil pedazos? Un amor que se termina, un rechazo, un insulto, una cacheta, una profunda decepción, una enfermedad que de golpe invade nuestras vidas, un tiro disparado por un loco que se llevó la vida de John. Todos alguna vez nos hemos roto en mil pedazos, algunos más, otros menos, pero nadie se ha salvado, porque somos humanos y la vida nos duele. Yoko nos invita a reconstruirnos a nosotros mismos, pensando que quizás ese el punto de partida para  poder reconstruir nuestro propio planeta. La repisa que atesora los objetos que ya fueron reparados por los primeros visitantes de la exhibición, demuestra una vez la necesidad de expresarse que tiene la gente, que no solo rearmó las piezas de loza, sino que además escribió o dibujó sobre ellas. Visto en general el conjunto de elementos es maravilloso porque evidencia que querer es poder, que muchas veces uno se las debe arreglar con lo que tiene a mano, y que, como los humanos, los objetos se reconstruyen pero nunca vuelven a ser los mismos: algunas veces cambian para mejorar. 


Foto: cortesía MALBA







Foto: cortesía MALBA
A veces, para empezar a rehacerse, las personas primero deben descargar broncas, dolores y tristezas muy profundas que les ciegan el alma. Que mejor manera que hacerlo clavando un clavo contra una madera y dejando en esa acción y esa huella todo lo negativo que se suele cargar en las espaldas. Uno siente que cada golpe de martillo que descarga con todas sus fuerzas, se transforma en una especie de  acto catártico repleto de energía liberadora. Todo lo que nos molesta, nos ahoga y nos enoja queda allí clavado y retenido para siempre, junto a una parte nuestra: un simple cabello que, según Yoko , debemos agregar a esta especie de pintura vital que ella aconseja que trabajemos todas las mañanas. Ante esa nueva consigna de letras negras dibujadas sobre la pared, he visto en la exposición a señoras golpeado enormes clavos como si estuvieran endemoniadas, y a niñitos que no paraban de martillar hasta que lograban vencer la resistencia de la gruesa capa de madera. El gigantesco detalle que nadie parecía advertir es que la madera en la cual descargaban toda su furia con ahínco y pasión era, nada más y nada menos, que una inmensa cruz muy parecida a la que usaban los romanos para crucificar gente hace aproximadamente 2000 años. Es muy fuerte ver a cientos de personas, incluidas nenas arrodilladas, emprenderla a martillazo limpio contra la madera, sin siquiera detenerse un segundo a pensar lo que significan para la cultura occidental una cruz, un martillo y 3 enormes clavos, sea uno religioso, agnóstico e incluso ateo. Mientras observo la larga cola y la desesperación de la gente porque se acabaron los calvos o no encuentran el martillo me pregunto, ¿alguien estará pensando en Jesús? Y me contestó a mí misma: no, Yoko nos ha transformado a todos en potenciales verdugos sin que nos diéramos cuenta de ello. 


Foto: cortesía MALBA





Este estado de violencia colectivo y externo, se transforma en íntimo y puramente personal, cuando la artista aborda la violencia de género. Ya casi en el final descubrimos que la exhibición que estuvimos recorriendo puede albergar todavía una lectura más: aquella que tiene que ver con lo femenino y con la reivindicación del rol ancestral de la mujer como dadora de vida, pacificadora y mediadora desde el inicio de los tiempos. Si continuamos violentando a la Pacha Mama, al igual que a tantas esposas, hijas, madres y hermanas, por seguir crueles, demonizadores, revanchistas y caducos preceptos religiosos, culturales y económicos, no podemos esperar para nosotros un futuro prometedor ni como individuos, ni como sociedad, y muchos menos como especie. Los 224 relatos enviados por mujeres de toda Amérca Latina que han padecido alguna forma de violencia de género, conforman el sector menos lúdico de la muestra y, por ende, el más real y concreto. Sus palabras estremecen, golpean y replican la violencia que ellas han sufrido hasta el infinito. Las fotos de sus ojos entristecen y enojan a la vez, porque les ponen identidad a esas personas que día tras día sufren todo tipo de vejámenes por el solo hecho de haber nacido con dos cromosomas X. Yoko misma se pone en el lugar de todas ellas en las escenas del último video de la exhibición, en el cual se la ve sentada y con la mirada vacía, mientras un par de hombres se turnan para cortarle las ropas con enormes tijeras de sastre. Impávida, no realiza ningún movimiento para impedir su trabajo. Contrariamente se entrega, facilitando así la tarea de esos hombres que, poco a poco, la van desnudando. Solo atina a cubrirse los pechos con ambas manos cuando, ya sin más para cortar, la tijera avanza sobre los breteles de su corpiño. En ese momento ella mira a la cámara con la misma mirada dulce e inquisidora que, al inicio de la exposición, también encontramos en los ojos de John.  


Foto: cortesía MALBA








Textos: Andrea Castro. 
Fotos de la muestra: Andrea Castro y MALBA.  

La muestra se puede visitar hasta el 31 de octubre.
MALBA:  Av.Figueroa Alcorta 3415 - CABA.






miércoles, 14 de septiembre de 2016

Fotorreportaje: Tormenta en Recoleta