domingo, 30 de mayo de 2010

Parecidos pero diferentes: La vuelta del Malón

Ángel Della Valle (1852-1903). La vuelta del Malón - 1892
Este gran cuadro sintetiza la idea del salvajismo como enemigo de la civilización. En este tormentoso amanecer pampeano los indios huyen con el ganado y despojos de una iglesia profanada. Uno de ellos lleva cautiva una mujer blanca.



Alberto Passolini (1968). ¡Malona! - 2010

El artista presenta una cita modificada de la obra original donde se invierten los papeles y la cautiva deja su lugar a un hombre blanquísimo que es arrebatado por amazonas enardecidas, en una tela de gran formato. “Volví a pararme frente a La vuelta del malón con la relectura aún fresca de La Cautiva, de Esteban Echeverría, y lo primero que pensé fue que esa mujer, sostenida por un cabezón morochazo y fornido, en breve podría amotinarse y ser la que diera vuelta el malón. ¿Y por qué no un malón de indias embravecidas, cargándose a un cautivo blanco?”, se preguntó Passolini.
 

Miguel Darienzo (1950).  La cautiva - 2009
Es uno de los más destacados exponentes de la pintura social argentina. Su obra conjuga  los estilos clásico, popular y grotesco en su irrenunciable búsqueda de las raíces nacionales y latinoamericanas. Darienzo afirma que "en un mundo de globalización, donde todo tiende a parecerse, el artista todavía cuenta con herramientas para expresar la identidad".






Daniel Santoro (1954) -  Malón y concepto espacial - 2009
El proyecto artístico de Daniel Santoro es imposible de ubicar en cualquiera de los ismos o tendencias que han atravesado hasta la actualidad la escena de las artes plásticas en nuestro país. Su propuesta carece de antecedentes con los cuales se pudiera comparar o confrontar. Su inspirada amalgama de estética, historia y política despliega una sostenida y extravagante invención que pone en obra el vasto "mundo peronista", extendiendo osadía, gracia, humor, ironía y tragedia, sin descartar otros condimentos. 






Daniel Santoro (1954) - Victoria Ocampo observa la vuelta del malón 2011




lunes, 24 de mayo de 2010

Por un 25 de Mayo, sin miriñaques, sin peinetones y con muy pocos paraguas.

El título de este texto es, para los que pasamos parte de nuestro tiempo indagando en la moda de otros tiempos, ya casi una consigna política. Durante años la Licenciada Susana Speroni, ex Directora del Museo del Traje, batalló con los responsables de las ilustraciones de la revista Billiken para hacerles entender que hay pruebas más que suficientes que demuestran fehacientemente cómo lucían las porteñas el 25 de mayo de 1810.
En el libro Historia de la moda argentina, escrito por Susana Saulquin, los primeros datos que se conocen de la moda en el Río de la Plata aparecen hacia 1776. Por aquellos años las porteñas, sin distinción de clase, usaban el traje de origen español conformado por una falda larga y ancha  junto a una camisa de lino con encajes, sobre la que se colocaba una especie de jubón ajustado a la cintura, con faldón sobre la cadera y mangas largas y angostas. El pelo renegrido y largo se recogía en un rodete y se ajustaba con  pequeñas peinetas de carey; para salir de casa, la cabeza se cubría con finas mantillas de seda o con un rústico rebozo, en las clases más bajas.
Por esos tiempos reinaban en España los Borbones, por lo que lentamente desde la Madre Patria, comenzó a llegar y a mezclarse una notoria influencia francesa que se hizo cada vez más fuerte a medida que los acontecimientos políticos se sucedían en Europa: en ambos lados del océano fueron claves, para la consolidación de un  estilo neoclásico francés que sumaba  algunos resabios españoles, la Revolución Francesa y la invasión napoleónica a España. Muchos de los mejores óleos pintados por Francisco Goya no nos dejan mentir.  Curiosamente es  un  retrato de 1808, pintado en nuestras tierras por Camponesqui, el que nos muestra por primera vez en el Río de la Plata a María E. de Demaría luciendo un  lánguido vestido rosado de muselina rayada, de talle alto o Imperio. Aunque se sabe que estos vestidos tardaron un par de años en popularizarse en la ciudad, testimonios como el del viajero  inglés Emeric Essex Vidal son innegables: “en estos últimos años las damas de Buenos Aires han adoptado un estilo de vestir que tiene algo de inglés y de francés, pero conservando el uso de la mantilla que todavía le da un carácter particular”.

Goya: Majas en el balcón
Goya: Doña Tadea Arias de Enriquez

En su aguatinta de 1920, Vidal muestra, en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo, a mujeres vestidas con  mantillas y vestidos de talle alto con angostas faldas terminadas en volados; asimismo en Plaza del mercado, un aguafuerte del mismo autor, se pueden observar los tonos pasteles de los trajes y las sutiles enaguas que asoman por debajo de los ruedos, sin rastro alguno de aparatosos miriñaques.
Recién a partir de 1830 y como consecuencia de los lazos que comienza a forjar Juan Manuel de Rosas con los ingleses, las porteñas comenzarán a cambiar sus modas y costumbres volcándose con fervor a la extravagancia del romanticismo y comenzando a usar enormes crinolinas, ajustadísimos corset y enormes peinetones.
En unas de las vitrinas del Museo Histórico Nacional se expone un gran paraguas de tela marrón, con mango de marfil y un escudo con el perfil de Fernando VII (por aquellos días rey de España encarcelado por Napoleón), en el cartelito que lo acompaña puede leerse: “paraguas usado por un cabildante”. Los historiadores son categóricos: "paraguas había, pero sólo para los ricos, la mayoría de los hombres usaba capotes". En 1938 Ceferino Carnacini pintó el óleo “El pueblo quiere saber”, mostrando una plaza llena de siluetas con paraguas frente al Cabildo, hoy sabemos que una imagen más fiel de aquel día tendría que haber mostrado muy poca gente, en su mayoría hombres (las mujeres no salían cuando llovía), pocas damas con otros vestidos, y  muchísimos menos paraguas. 


Emeric E. Vidal: Iglesia de Santo Domingo

Angel Camponesqui: Eugenia Escalada Demaría

Texto: Andrea Castro.