domingo, 21 de mayo de 2017

El abismo de Balenciaga

La muestra “Balenciaga, l'oeuvre au noir” (“Balenciaga, el abismo”) que se exhibe hasta el 16 de julio en el Museo Bourdelle de París, es una de las tres exposiciones europeas que este año celebrarán los cien años de la apertura del primer taller de Cristóbal en la ciudad de San Sebastián, y los ochenta de su desembarco triunfal en la ciudad luz. 


Tal como lo hizo con el trabajo de la exquisita creadora Madame Grès en el año 2011, el programa extra muros del Museo Galliera, vuelve a utilizar el recurso de acompañar las obras del escultor Antoine Bourdelle con los trajes de Balenciaga, generando un diálogo de formas y texturas que transforma, tanto a la piedra como a la tela, en superficies semejantes para el desarrollo de la pasión artística. A diferencia de la exhibición de Madame Grés, que fue una retrospectiva, la muestra de Balenciaga se centra en un aspecto particular de su trabajo como couturier: su amor incondicional por el negro. 


Este no color será una parte muy importante de ese abismo creativo al que deberemos sumar, su inagotable inspiración española, su pasión por la perfección y la confección realizada íntegramente a mano, y su desesperación por alcanzar las formas más puras, simples y abstractas en la moldería de sus diseños. Ricos bordados y pasamanerías, volúmenes experimentales inverosímiles para la época, líneas rectas y depuradas que envuelven el cuerpo sin oprimirlo, siluetas trapezoidales que eliminan el talle, y puntuales detalles de color, son sólo algunas de las características que darán a sus trajes negros, la vida y la magnificencia que no les daría ninguna paleta cromática. 




Entre bustos, imponentes bajorrelieves, gigantescos centauros, paneles de madera, o dentro de altas vitrinas vidriadas, se refugian los diseños de línea tonneau o barril de 1947; los trajes semientallados con volumen en la espalda de 1951; los vestidos túnica y saco de 1955 y 1957 respectivamente; el original vestido baby doll de 1958; sus trajes sastre de chaquetas cortas y talle imperio de 1959; y sus últimas creaciones circa 1967 que prácticamente rozan la abstracción. Sombreros y accesorios, íntegramente diseñados en negro, complementan las prendas y dan una idea de la capacidad multifacética de este gran diseñador. 









Cristóbal Balenciaga tuvo el privilegio de ser reconocido y admirado en vida, no sólo por la prensa, el mundo de la moda y sus famosas clientas (“Balenciaga no precisa tomar medidas, las calcula mentalmente y sus vestidos no necesitan retoques”, solía decir Marlene Dietrich), sino por sus propios colegas. Cocó Chanel declaró: “él es el único de nosotros que es un verdadero couturier, en todo el sentido de la palabra. Sólo él es capaz de cortar los tejidos, montarlos y coserlos a mano”. Y Christian Dior no se quedó atrás: “la alta costura es como una orquesta cuyo director es Balenciaga. Los demás modistos somos los músicos que seguimos las indicaciones que él nos da”.





Pero a pesar de los elogios, los éxitos comerciales, y los reconocimientos (el gobierno francés le otorgó el título de Chevalier de la Légion d’honneur por sus servicios a la industria de la moda), el caballero español no resiste la irrupción del Prêt-à-Porter y los rotundos cambios que se ciernen sobre el mercado de la moda futura. Sabiamente decide retirarse a tiempo, consciente de que no podrá tolerar las nuevas reglas de ese flamante mundo fashion que hoy, en pleno siglo XXI, pide a gritos un cambio de paradigma para no terminar hundiéndose en la decadencia más profunda. En 1968, Balenciaga presenta su última colección en primavera y anuncia su retiro, así como el cierre de todas sus casas tanto en París como en Madrid, Barcelona y San Sebastián. El gran maestro deja la Alta Costura tras cincuenta años de plena dedicación a su oficio y se oculta en la pequeña localidad de Jávea, en Alicante, para morir de tristeza solo cuatro años después.  

“Un buen modisto debe ser: arquitecto para los moldes, escultor para la forma, pintor para los dibujos, músico para la armonía y filósofo para la medida.” Cristóbal Balenciaga. 


El 27 de mayo se inaugurarán las dos muestras restantes, mencionadas al comienzo de este texto. “Balenciaga: Shaping Fashion” (“Balenciaga: dándole forma a la moda”) será una gran retrospectiva que albergará el Victoria and Albert Museum de Londres, hasta el 18 de febrero del 2018. Contará con alrededor de 100 prendas y unos 20 sombreros, centrándose especialmente en la producción de los años 50 y 60 del modisto. Se dividirá en tres secciones: el salón, el taller y el legado de Balenciaga.
“Collecting elegance, Rachel L. Mellon Collection”, producida bajo la dirección de Hubert de Givenchy, se podrá disfrutar en el Museo Balenciaga de Guetaria, ubicado en el País Vasco, hasta el 25 de enero de 2018.  Rachel Lambert Mellon (1910–2014), conocida como Bunny, fue una de las grandes damas de la alta sociedad norteamericana del siglo XX. Heredera de una gran fortuna, filántropa, coleccionista de arte, diseñadora de jardines, entre ellos el famoso Rose Garden de la Casa Blanca, Rachel fue el arquetipo de la clientela de Balenciaga. Integró el selecto grupo de mujeres adineradas, sensibles y en permanente búsqueda de la belleza, tanto en los objetos que coleccionaban, como en los que las rodeaban. Mellon confió a Cristóbal su vestuario por más de una década: más que una gran clienta, fue una amiga personal del modisto, lo cual se puede ver reflejado en las adaptaciones y en los diseños especiales que se confeccionaron en la Maison únicamente para ella, y que el propio Balenciaga transfirió́, al retirarse, a Hubert de Givenchy.


“Conocer a Cristóbal Balenciaga fue una de las alegrías especiales de mi vida. Fue un amigo muy querido. Diseñó mi vestuario durante diez años. Comprendía el lujo y la simplicidad con una profunda sensibilidad. Sus vestidos de noche y sus abrigos eran indescriptiblemente fascinantes. Los diseños para el día se adaptaban a la perfección a la vida de sus clientas. Así, trabajando en jardinería, yo tenía blusas anchas de algodón de lino y faldas lisas. Su encanto, su sonrisa y su dedicación al diseño se veían reflejados en su tranquila presencia”. Bunny Mellon. 


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