viernes, 15 de febrero de 2013

Marina Abramovic: The artist is present

Por estos días de bochornoso calor y poca actividad en Buenos Aires me he cruzado, por suerte, con algunos de los documentales que enriquecen cada vez más la pantalla de los canales HBO. Quedé particularmente cautivada por uno de ellos: “Marina Abramovic: The artist is present”. 


El programa, si bien incluye algunos datos biográficos claves, se centra el lo que fue la primera muestra retrospectiva de la artista yugoslava en el MOMA de New York; sobre todo, en la performance que ella misma protagonizó en el atrio del museo durante los casi tres meses que duró la muestra. Como indica el nombre de la exhibición, no solo estuvieron allí las documentaciones de época de los más impactantes trabajos de Abramovic, a las que se sumó la recreación en vivo de 5 performances a cargo de jóvenes artistas entrenados por ella misma, sino que también estuvo presente la propia Marina realizando el más largo acto performático de su carrera hasta el día de hoy. Entre el 14 de marzo y el 31 de mayo del año 2010 durante seis horas y media por día, Marina se sentó frente a todos los visitantes que quisieron, a su vez, sentarse frente a ella en silencio, mirándola directo a los ojos y durante el tiempo que cada uno necesitara. Para crear esta nueva performance, la mujer que está acostumbrada desde hace 40 años a usar su propio cuerpo como sujeto, objeto y medio de su trabajo artístico, solo necesitó delimitar un cuadrado potentemente iluminado y colocar dentro de él dos sillas y una mesa. Esta última solo mantuvo la distancia entre Abramovic y su público durante el primer mes y medio de la muestra ya que, respondiendo a un pedido de la propia Marina, fue retirada cuando ella logró la seguridad necesaria para poder entregarse casi completamente a cada uno de los visitantes. 




Las imágenes de Matthew Akers y Jeff Dupre erizan la piel, no solo cuando muestran el backstage, que recorre la puesta a punto del evento artístico desde los seis meses antes de su inauguración hasta el día de cierre, sino cuando se centran en los espectadores ubicados tanto dentro como fuera del cuadrilátero y, sobre todo, cuando enfocan las vivencias que Marina va experimentando con el correr de los días. Durante 71 días, seis días a la semana, seis horas y media por día, esta impresionante artista se sentó en su silla de madera y miró profundamente a los ojos a cada uno de los seres humanos que se sentaron frente a ella. Mujeres, hombres, niños, jóvenes, viejos, sajones, afroamericanos, asiáticos, turistas, artistas de todo tipo, religiosos, personalidades de la cultura, escritores, actores y gente común, acomodaron sus huesos frente a Abramovic y reaccionaron como pudieron. Dejando de lado a los excéntricos y a los que intentaron tomar partido en beneficio propio del hecho de formar parte de una  performance  en proceso, en general se observa en el film que la gente respondió a este inmenso acto de amor de la artista para con su público de una manera muy emotiva. A muchos se los ve llorar, a otros agradecer con tímidas reverencias o llevándose la mano al corazón. Unos trasmiten paz, otros sonríen levemente, algunos dejan entrever una profunda angustia contenida; pero todos sostienen la potente mirada de Marina. Una mirada que siempre es cálida, respetuosa y única para con cada uno de sus efímeros visitantes: cada vez que la silla de enfrente queda vacía, Marina baja la cabeza y cierra sus ojos reseteando su mente y preparándose al ciento por ciento para recibir a ese otro nuevo ser humano que viene a buscar, vaya uno a saber que, en el fondo de sus verdes ojos.  





La primera vez que vi el documental quedé shockeada y, obviamente, me puse en el lugar del espectador. Mientras me emocionaba hasta los tuétanos traté de imaginarme sentada frente a Marina. Miles de preguntas vinieron a mi mente: ¿qué hubiera hecho?, ¿qué me habría pasado?, ¿qué podría haber sentido?, ¿hubiera llorado?, ¿cuánto tiempo me habría quedado en la silla? Ensayé algunas respuestas pero en general no me convencieron, llegué a la conclusión de que la experiencia debe haber sido algo demasiado fuerte como para intentar vivirla sin haber estado presente. Solo una certeza quedó rebotando en mi cabeza, no hubiera podido irme sin al menos susurrarle una palabra: gracias. La segunda vez que  me enfrenté a las imágenes terminé devastada, me dolía la cabeza y el cuello y los hombros me pesaban una tonelada, me tuve que ir a la cama a pesar de que eran solo las siete de la tarde. Mientras intentaba relajarme, llegué a la conclusión que esta vez me había puesto del lado de Marina vivenciando en carne propia su agotamiento, su dolor corporal y la tremenda carga física y emocional que era evidente que iba cargando sobre sus hombros a medida que pasaban los días. Todas esas miradas, todas esas historias, todas esas palabras no dichas, en resumen, toda esa tremenda cantidad de energía generada de uno y otro lado fue indefectiblemente absorbida por Marina que se mantuvo estoica, desistiendo el ofrecimiento de dar por terminada la performance cuando no habían pasado ni dos meses y dando lo mejor de sí hasta el último día. 





El programa muestra también algunas cuestiones que fueron fundamentales para que la magia se sucediera durante más de dos meses dentro de ese cuadrado delimitado solo por una cinta blanca autoadhesiva pegada al piso del museo. En primer lugar el apoyo incondicional de todo el personal del MOMA desde su Curador en jefe Klaus Biesenbach, hasta el personal de seguridad que supo contener y salvaguardar,  tanto al público como a la artista, de una manera férrea pero sutil y sumamente respetuosa. En segundo lugar, pero no por ello menos importante, la gente. Como si de golpe el tiempo se hubiera eternizado sobre una de las ciudades más vertiginosas del planeta, cientos de personas trastocaron sus rutinas diarias para hacer larguísimas colas dentro y fuera del museo (algunos hasta llegaron a dormir en las puertas del MOMA); otros cientos se quedaron tardes enteras sentados fuera del cuadrado mirando, solo mirando, hipnotizados por esa potentísima comunicación humana que se llevaba a cabo sin palabras delante de sus propios ojos; y algunos otros volvieron una y otra vez a lo largo de los días para sentarse hasta 21 veces frente a Marina. La mayoría, en general, decidió que bien valía la pena sacrificar esa extraña entidad a la que llamamos tiempo para formar parte de esta experiencia histórica e inolvidable. 






Más de 750.000 personas visitaron la muestra, muchas de ellas se sentaron frente a Marina. La página del MOMA dedicada a la muestra tiene un enlace directo a la página de Flickr a la que se subieron gran parte de las fotos que, con imperturbable paciencia y día tras día, tomó el fotógrafo Marco Anelli. Al activar el modo presentación cientos de rostros comienzan a pasar pausadamente delante de nuestros ojos. De tanto en tanto, aparece el rostro y el cuerpo de la propia Marina evolucionando a lo largo de los meses en emociones, dolores,  contracturas, cansancio, tristeza, alegría, ganas de terminar con esto de una vez, ganas de seguir por siempre. 





La crítica definió esta particular performance de Abramovic como un audaz y extralimitado autorretrato y acertó: allí, sentada, inmóvil y frente a lo desconocido está ella. Una mujer que fue criada con rigor extremo por una madre que nunca la abrazó, que vivió en un hogar impregnado por la lucha política y los interminables conflictos yugoslavos, y que solo encontró algo de apoyo en su abuela. Una mujer que desde muy joven decidió poner su cuerpo al servicio del arte, que no dudó en desnudarse, en autoflagelarse y lastimarse en público, en dejar que otros la lastimaran y que ahora, de vuelta de todo, se ofrece nuevamente a sí misma pero desde un lugar mucho más contenedor y sabio. Marina está sentada a los 63 años en el medio del enorme atrio del MOMA a la vista de todos, sin una gota de maquillaje, con su hermoso pelo negro aprisionado en una trenza y envuelta por gruesas vestiduras acolchadas: solo se destacan sus manos y su rostro límpido. La miro una y otra vez y pienso que, a pesar de estar cubierta de pies a cabeza, Marina esta desnuda, frágil, vulnerable y dispuesta a todo, al igual que cada uno de los que se animaron a sentarse frente a ella.  

Texto: Andrea Castro. 




Para ver las fotos en Flickr click aquí
Página de la muestra en el site del MOMA click aquí