domingo, 7 de julio de 2013

Yayoi – Louise, Louise – Yayoi

Con un par de años de diferencia han llegado a Buenos Aires dos muestras de arte con una gran carga psicológica y de análisis en cada una de sus obras. En 2011 la Fundación Proa logró conmovernos con el montaje del “Retorno de lo Reprimido”, la cruda e imponente muestra de Louise Bourgeois. Hoy, el MALBA, nos permite adentrarnos en la “Obsesión Infinita” de Yayoi Kusama, logrando aturdir nuestros sentidos con su personal universo plástico. Sin entrar en comparaciones banales, que lo único que lograrían es minimizar la grandeza de ambas artistas, resulta interesante poder reflexionar sobre algunas similitudes y diferencias entre la vida y la obra de estas dos mujeres que lograron sobrevivir a su infierno personal gracias al arte. 


Kusama en 1936

Louise con su madre

A pesar de haber tenido algunos intentos de suicidio Bourgeois vivió hasta los 99 años y nunca dejó de trabajar en sus obras a pesar de su avanzada edad. Por su parte, Kusama ha declarado que pensó en matarse desde pequeña, pero actualmente, y a los 84 años, sigue creando todos los días internada por propia voluntad en un neuropsiquiátrico. Las dos recorrieron un camino multidiciplinario a lo largo de sus vidas y fueron reconocidas tardíamente por el mundo del arte: el interés por la obra de Louise llegó a su apogeo en los años noventa y Yayoi comenzó a ser reconocida mundialmente en los últimos diez años. 
Pertenecientes a culturas diametralmente opuestas, las dos fueron marcadas desde niñas por un trauma profundo que involucró a sus progenitores y a una sexualidad que se reveló a sus ojos de una manera brutal. Louise fue testigo de los amoríos que mantuvo su padre con su niñera, la cual convivía en la misma casa con el resto de su familia. Además, tuvo que soportar la pasividad de su madre ante lo que era un secreto a voces y las permanentes recriminaciones de su padre que siempre le recordaba cuanto había anhelado que ella, como primogénita, hubiera nacido varón. Yayoi, en un contexto completamente diferente, era enviada por su madre a espiar a su padre, cuando este alternaba con geishas. Al retornar, la niña debía relatarle a su mamá, con lujo de detalles, las escenas sexuales que había contemplado entre ambos amantes furtivos. No es de extrañar que el sexo y particularmente el falo masculino aparezcan fuertemente en la obra de ambas artistas. 
En el caso de Louise la crudeza de sus parejas de trapo mutiladas y acostadas tiesamente emulando una   representación fría, cruel y mecánica del acto sexual, nos hablan a las claras de dominación, de obligación y  de deber marital soportado. En ellas no hay acercamiento ni placer solo una función biológica cumplida a rajatabla. En cambio, los que lucen poderosos, imponentes y casi endiosados, son sus enormes penes, representados a la perfección en materiales nobles y contundentes como el bronce y el mármol. Los críticos de arte coinciden en que su obra “Jano florido” (dos penes unidos por una especie de centro vaginal rugoso) se puede considerar un auténtico autorretrato: Louise se apropia de ese órgano que le fue negado, para desgracia de su padre, y de él saca su extraordinaria fortaleza para sobrevivir y crear un cuerpo de obra impensado para una mujer de su tiempo.    
Los falos de Yayoi, contrariamente, son deformes, flácidos y blandos. Cubren sus obras por centenares, repitiéndose compulsivamente sobre objetos cotidianos o alfombrando el piso  estampados de lunares rojos. Kusama exorciza así su presencia y su potencia, minimizando su imagen real y coincidiendo con sus dichos, ya que ha declarado que la sola idea de un pene penetrando su cuerpo le produce horror. 


Jano Florido

Instalación de Kusama en MALBA

El cuerpo femenino también aparece en la obra tanto de la francesa como de la japonesa. Louise lo relaciona con la maternidad, con la sangre y con la teta, esa fuente de alimento y placer, pero también de ahogo, sobreprotección y sometimiento. Contrariamente a lo que pueda suponerse, estas obras tampoco son tranquilizadoras, por llamarlas de alguna manera, y muchos menos están relacionadas con los clásicos estereotipos del mundo femenino. Si bien Louise se casó y tuvo dos hijos, no fue por ese camino por el que encontró algo de paz a sus conflictos, solo el psicoanálisis perpetuo y la catarsis que logró al volcar sus contenidos subconscientes más profundos tanto en su obra como en sus escritos, pudieron alejarla de la muerte por casi 100 años. Kusama, a diferencia de Louise puso su propio cuerpo a disposición de sus obras, cuando, huyendo de su infierno interior, se refugió por quince años en Nueva York. Llegó a principios de los años 60, el momento justo para dar rienda suelta a sus demonios y lucir a flor de piel algunas de las alucinaciones que durante años atormentaron su cabeza. Desnuda y cubierta de lunares pintados, se unió a los happenings y performances que pululaban por toda la ciudad y se transformó en un personaje “mediático” más, comenzando a crear lo que será su autobiografía visual controlada al igual que Andy Warhol. Paradójicamente este momento de gran exposición, que incluyó también al mundo de la moda, coincidió con el comienzo de la etapa de su obra denominada autoborramiento.  


Obras de Louise Bourgeois

Happenings y performances de Yayoi



Los documentos fotográficos que tenemos de ambas artistas son elocuentes y no dejan dudas de que las dos lograron escandalizar al establishment del arte aunque desde lugares muy distintos. Bourgeois puede verse con blusa, falda larga y perlo recogido, trabajando alejada del mundo en su taller y rodeada de penes gigantes o, ya anciana, sosteniendo un falo enorme, sonriente y con una pícara mirada que hace pensar en ella como una abuela traviesa y desprejuiciada. Yayoi se muestra en Nueva York desnuda y revolcada en el piso junto a hombres y mujeres cubiertos de lunares y en plena bacanal, o formando parte de algunas de las más delirantes performances  de la década. 
El comienzo de la vejez invirtió las cosas para estas dos damas. A Louise le llegó el momento de las retrospectivas, las fotos con personajes del arte y la cultura y el reconocimiento a nivel mundial.  La francesa salía por fin del aislamiento y se enfrentaba a su público sostenida por años de psicoanálisis, escritos y obras que nunca dejaron de fluir de sus manos y de su cabeza. A Yayoi, contrariamente, le llegó el momento de transformar casi en realidad su autoborramiento y, como nunca había dejado de ser una mujer japonesa, decidió retornar a su país e internarse en un neuropsiquiátrico. Allí continúa hasta hoy en día creando compulsivamente en su estudio con la colaboración de sus ayudantes: Yayoi pinta todo el día desde que se levanta y termina una obra cada dos o tres días. Cientos de bastidores se amontonan en su taller, cuadros abarrotados de colores y elementos en donde no hay un mínimo espacio libre, cuadros que son  tan herméticos como un haiku japonés.



Louise trabajando en su estudio
Performance de Kusama

Es imposible saber si estas dos mujeres han encontrado algún momento de remanso en sus agitadas mentes. Quizás, de haberlo hecho, hubieran caído indefectiblemente en la mediocridad. Sin embargo, sus obras tardías muestran una evolución conceptual que parece nacida de ese remanso que tal vez solo sea una utopía, pero que no se siente tan así al enfrentarse a sus trabajos. En el caso de Louise la obra paradigmática es Maman, la serie de enormes arañas con sus panzas repletas de huevos que simbolizan un especial reconocimiento y, quizás, un principio de reconciliación con su madre. Si bien a simple vista Maman luce aterradora, la sensación de paz y de protección que uno experimenta al ubicarse debajo de sus gigantescas patas es indescriptible. 



Maman



Kusama, por su parte, ha logrado transformar esos espacios cotidianos borrados por cientos de lunares en un espacio propio y a la vez universal. Su serie de obras Sala de espejos del infinito, plena del brillo de la vida, son el todo y la nada en sí mismas. Son el universo entero con sus millones de estrellas, son los millares de átomos que conforman nuestros cuerpos, nuestra alma, nuestro mundo, nuestra vida entera. Son un homenaje fulgurante y perfecto a todo lo que somos y hemos sido por cientos de millones de años de aquí al infinito.    

Texto: Andrea Castro.  

Sala de espejos del infinito. Plena del brillo de la vida 


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